20 de junio de 2008

Llegada de la tubería

Despues de muchos años de espera por la solución de sus problemas más ingentes, finalmente el Gobierno Nacional presidido por el General Eleazar López Contreras, persona muy querida de nuestro pueblo, aprobó la solicitud más costosa y urgente, del total de las peticiones formuladas, como fué la construcción del acueducto de Río Caribe.Las esperanzas empezaron a tener visos de realidad cuando llegó por barco de la CAVN el primer lote de tubos a utilizar en el sistema. Eran unos tubos de hierro negro de 10 metros de longitud y 20 centimetros de grosor, construídos en forma tal que encajaran unos con otros por sus extremos. Las bocas vinieron protegidas con unas tapas de estopa para protegerlas del ingreso de arena y de cualquier sustancia dañina. Como el cargamento era pesado y voluminoso, se trajo en tres lotes y se fueron colocando en la parte seca de la playa, pegado del malecón, trente a la Oficina de Resguardo Marítimo, formando una pila de cierta altura, que fué creciendo a medida que llegaban los barcos y se colocaban, tantos esos tubos como otros de menor grosor que también se usarían en el sistema. Los muchachos usabamos esa pila para nuestros juegos, corriendo y saltando encima de ellos durante horas, hasta que venía la policía y nos corría del sector. Cuando se complementó la cantidad de tubos y en embarques posteriores se trajeron los voluminosos motores y las bombas correspondientes para impulsar el agua de los "pozos artesianos" hasta la Caja de Agua, comenzaron los trabajos en firme, bajo la Dirección de una Empresa vasca que ejecutaría esa obra y otras de menor magnitud. Los ingenieros y topógrafos armados con sus teodolitos y otros aparatos, iban tomando en sus libretas las longitudes y alturas de los sitios por donde pasaría la tubería y luego elaboraban unos planos indicativos de esas vías. Comenzaron los trabajos de apertura de zanjas a puro pico y pala por distancias de unos 30 metros de longitud e iban "sembrando" la tubería, empalmando un tubo con otro y asegurando la ubicación de los tubos en la profundidad con soportes laterales de cemento. Se hacían pruebas de la tubería ya colocada y se iban tapando las zanjas, dejando "bocas de visita" . Por cierto que los pobladores y los contratistas tenían la esperanza de encontrar tesoros o "entierros" de cofres y cajones repletos de monedas de oro o joyas valiosas y solo encontraron algunos huesos, pelos y muñecos de arcilla sin ningún valor arqueologico.Los trabajos comenzaron desde la playa en linea recta por la Avenida Bermúdez y una vez determinado el ritmo de la obra, se contrataron cuadrillas para ir abriendo zanjas en las calles paralelas a la Avda, como eran la Calle Valdez o Cerro Colorado, Juncal o El Alacrán, Calle Nueva, Calle Rivero, Wate Cochino o 14 de Febrero, Calle Piar, Choro Choro y demás. No era fácil el trabajo, por las frecuentes lluvias y la aparición de manantiales y cursos de agua que debían segar o desvíar.
Esto continuará

17 de junio de 2008

Prosecución viaje a la Costa de Paria

VIAJE DESDE GUIRIA A PEDERNALES: La Hacienda de Playa a que hice referencia anteriormente se llama Yacua y es la mayor productora de copra en Venezuela. Nuestro barco pernoctó ya preparado para proseguir el viaje a Pedernales, debidamente cargado con los pocos bultos dirigidos a Pedernales y Tucupita. Descargamos las piedras que nos servían de "lastre", porque la desembocadura del Río Orinoco es de fondo llano porque en su cauce arrastra arena y piedra que se desprenden de las orillas y obliga a las autoridades a mantener abierto un canal para la navegación. Salimos a primeras horas de la mañana, después de ingerir nuestro desayuno, compuesto de "funche" frito, pescado salado asado y "guayoyo" en cantidad generosa. La navegación iba sin problemas, con buena brisa y poco oleaje, que le provocaba a Aniceto Campos, uno de los marineros, emprender una sesión de canto de galerones, gaitas y canciones mejicanas- yo me extasiaba viendo la costa, que se presentaba distinta a la nuestra, con una vegetación cerrada, una playa sin oleaje y con muchas clases de aves de diferentes cantos y colores que alegraban el paisaje. Esporádicamente nos cruzábamos con pescadores indígenas que pasaban remando sus canoas unicolores, donde guardaban pequeñas atarrayas, nasas y "varas" para la pesca de bagres. Un marinero medía cada hora la profundidad del mar, ya que muchas veces se formaban "bancos" de arenas que eventualmente podían causar una varadura del barco. Finalmente divisamos el "Caño Macareo", un aluvión de agua que se precipitaba en el mar, al igual que sus hermanos "Caño Manamo" y la inmensa Boca de Dragos" que llegaba a tener más de diez kilómetros de ancho, Navegamos como tres horas y finalmente llegamos a Pedernales, un pueblo ribereño, con orillas sucias de un lodo amarillo y muchos pedazos de palo. Nos fondeamos y el Capitán Rauseo se bajó en la pequeña lancha de salvamento que cargamos, para hablar con los consignatarios para que recibieran la carga que traíamos y nos embarcara la que iba de regreso. Dimos una vuelta por el poblado, que me causó mala impresión por lo caluroso y por la cantidad de casas con techos de paja y la presencia de una población indígena que permanecía en un rancho que le mantenía el Municipio, durmiendo en unos chinchorros de moriche tan sucios y deshilachados como ellos, mientras la mujer y los niños mendigaban o trabajaban en el pueblo para llevar el sustento de la familia. Pasamos al Mercado para comprar pescado fresco, casabe, manteca y carbón para volvernos a nuestro barco a preparar la cómoda. Los pescados eran diferentes a los nuestros, predominaban las especies: "morocotos", "payaras" "coporos", "caribes" y bagres de diferentes clases llamados "guitarrilla", doncella" y otras especies. Compramos un "moroicoto" grande para el hervido y unos "coporos" para freír. Teníamos harina de funche blanca y amarilla, pastas y casabe grueso de Las Charas. Modesto resolvió rápido sus diligencias y nosotros nos preparamos para el regreso que tenía que ser en la mañana para aprovechar que bajaba la marea. Esto continúa en el próximo capítulo.

13 de junio de 2008

Explotación del Ganado Bovino en Río Caribe (1)

El Estado Sucre nunca ha sido una tierra apta para la explotación de la ganadería bovina y por eso no se fomentó su industrialización, ni se popularizó la cría en gran escala. En algunas fincas existían pequeños rebaños que se mantenían con gran trabajo de sus propietarios, por no existir pastos frescos ni fuentes de agua y por no considerarla rentable en grado sumo. En el pueblo existían tres vaqueras consolidadas, con vacas criollas de escasa producción de leche. La que tenía más cerca de mi casa era la de Juan Urgelles, un señor que vivía en la Avenida Bermúdez con su esposa y dos hijas. La factoría estaba ubicada al final de la Calle La Marina, a orillas del mar, cercada con alambre de púas y con una area techada para el amparo de las diez o doce cabezas que allí sobrevivían. El encargado del cuido de la finca era un señor llamado Francisco Verde, bautizado con el mote de "Chico Berganiales", quien llevaba el rebaño todas las tardes a la Boca del Río Nivaldo para que se bañaran, bebieran y comieran las escasas briznas verdes que nacían a la orilla del delgado naciente de dicho Río. En las mañanas, Chico y otro obrero ordeñaban las vacas y echaban la leche un unos cántaros especiales y una señora salía a entregar los encargos y vender el producto. Después que terminaban las casas de la Calle La Marina había un Cementerio para niños recién nacidos, que los enterraban en unas urnas formadas por las cajitas de madera de pino donde metían las pastas de trigo (fideos, macarrones, y lasañas) que fabricaban los Franceschi. Como quiera que entre la vaquera y el mar crecían unas matas de manzanillo, el ganado se acostaba a la sombra sobre la arena caliente y allí duraba hasta el anochecer. Cuando no llevaban el ganado al rio, Chico iba con un burro y traía dos barriles del líquido vital. Esta vaquera fue paulatinamente en desmedro, el cementerio de niños, donde había además unas escuálidas matas de coco, fueron secándose y los espacios de terreno ocupados por casas, siendo la primera de ellas la de Berta Meneses. Las vacas fueron muriendo hasta acabarse en su totalidad, las paredes se cayeron y se acabó la vaquera y a los pocos días murió Juan Urgelles. La otra vaquera estaba en La Vega, a la entrada del pueblo y era una finca de explotación agrícola que tenía, marginalmente, ocho o diez vacas que producían mayor cantidad de leche porque en el terreno había agua y crecían pastos y yerbajos, de los cuales se alimentaban. También tenían patos y gallinas y un obrero salía en la mañana con su cántaro a vender la leche y los huevos. Cuando murió su propietario, el señor Jesús Guerra, la finca se vino a menos y al final se acabó. El tercer sitio donde existía ganado y se producía leche era en Las Charas, en finquitas aisladas donde vivían familias campesinas que en un terreno tan árido solo sembraban yuca amarga para producir casabe. De esas finquitas la mayor era la de Chico Pérez, que tenía cuatro vacas que se mantenían soportando todas las carencias de un lugar donde no hay agua. Otros campesinos como Celestino Méndez y su numeroso clan familiar tenían una o dos vaquitas que les servía de sustento con la leche y aprovechaban la bosta como fertilizante. En mi juventud, yo no pelaba, en fecha de cosecha anual, en visitar la zona de Las Charas para comer ciruelas de huesito moradas y en menor cantidad, las ciruelas amarillas que eran más ácidas. Los árboles de esas especies se usaban como soporte de los alambres que delimitaba las propiedades y que con el tiempo y con las lluvias germinaban y se convertían en árboles completos, No sé si eso será todavía así, pero para mí es una evocación de un tiempo grato, plagado de aventuras y alegrías.

11 de junio de 2008

Viaje a la Costa de Paria (No. 2)

Quedamos fondeados en el Puerto de San Juan de los Galdonas, donde duramos dos días, mientras el Capitán Modesto Rauseo organizaba el acopio de las cosechas en ese Puerto para recogerlas al regreso. Proseguimos nuestro viaje saliendo muy temprano, navegando cercanos a la costa para evadir un poco la fuerte corriente contraria y el viento que siempre sopla. Avistamos los puertos de Guacuco, Guarataro, Unare, Caballo, Chaguaramas, Pargo, San Francisco, Cipara, Santa Isabel de la Costa y apuramos un poco el camino para llegar temprano al Puerto de Uquire, donde descansaríamos para atravesar la Boca de Trinidad y el largo viaje hasta Guiria. Nos aprovisionamos de agua fresca llenando los barriles que estaban medio secos y compramos algún bastimento. Yo me sentía un marinero avezado ya que habían desaparecido los mareos y podía cumplir con mi trabajo sin ninguna dificultad. La cocina se mantenía limpia y con una brasa encendida para que el cocinero preparara los alimentos. Las ollas, los platos de peltre, los cubiertos y los pocillos relucían de limpios. La semicubierta, la cucheta y el pañol de proa estaban limpios y baldeados. La bomba manual de achique que consistía en un palo largo que terminaba con una pequeña lona en forma de sombrilla. Esa bomba se introducía en una abertura especial hasta llegar al casco, donde recogía el agua que se acumulaba y al sacarla a la superficie traía consigo el agua que se derramaría hasta el mar. Yo tenía que mantenerla operativa y usarla con alguna frecuencia. Salimos de madrugada usando primero los foquis y después la mayor, hasta que apuramos el camino hasta llegar en horas de la tarde al Puerto de Uquire. Me admiraba al ver en la navegación a los delfines deslizarse a los lados y en el fondo del barco, emitiendo sonidos que semejaban cánticos. Asimismo vimos otros peces. En horas de la madrugada reanudamos nuestro viaje, pasando a distancia por Don Pedro, que es el último lugar poblado de la Península de Paria y nos enfrentamos a la Boca de Trinidad, famosa por su mar proceloso, de olas grandes y poderosas, corrientes encontradas y vientos fuertes. Yo estaba sumamente temeroso porque me decían que en la Boca merodeaban peces feroces, serpientes agresivas y animales salvajes que podían voltear el barco haciéndolo zozobrar, pero también me decían que al cruzar la Boca en horas tempranas, se aminoraba el peligro. Yo por mi parte confiaba en la pericia del Capitán Rauseo y su tripulación. Cuando llegamos a la Boca nos encontramos con un mar plácido, de olas suaves y corrientes livianas, que permitieron que el Barco se deslizara sobre el mar sin ningún problema y a buena velocidad. Cruzamos el Cabo avistando a nuestra izquierda la Isla de Patos y mucho más lejos a la Isla de Trinidad. Dándole gracias a Dios por oír mis oraciones, pasamos al rato por Macuro y como a las tres horas vimos una gran playa de una extensión cercana a los 20 kilómetros, toda sembrada de cocoteros. En ella trabajaban un numeroso personal que se subían a los arboles valiéndose de sus pies descalzos o de "maneas" de mecate e iban tumbando los racimos de cocos, que eran recibidos por otro grupo de hombres que armados con un palo enterrado en la arena y terminado en punta, procedían a quitarle con dos certeros movimientos la cubierta de cada fruto, dejando solo el coco que era lanzado a un rimero, donde al tiempo se convertían en "copra" que luego era enviado a una factoría de Puerto Cabello, donde los procesaban para producir un fino aceite y materia prima para fabricar jabones. A las dos horas aproximadamente llegamos al puerto de Guiria, donde me impresionó el número de barcos pesqueros y los que se encontraban en astilleros. En el próximo capitulo continuaré narrando esta aventura real que me tocó vivir.

9 de junio de 2008

Construcción Acueducto de Río Caribe (I)

Desde los últimos días del gobierno del General Juan Vicente Gómez, la Cámara Municipal y el pueblo en general solicitó del Poder Central la realización de obras vitales para el desarrollo de la comunidad: la luz eléctrica, el acueducto, el hospital, el matadero municipal, nuevas escuelas, carretera Río Caribe-Carúpano, carretera Río Caribe-Irapa, Nuevo Cementerio, muelle marítimo y otras obras menores. Cuando muere el General Gómez y adviene como nuevo Presidente el General Eleazar López Contreras, quien había estado en Río Caribe como Comandante del Resguardo Marítimo y era amigo de muchas personalidades del pueblo y además había incorporado en su Gabinete y algunos cargos importantes a nativos de este terruño, se renovaron con nuevos bríos las peticiones de las obras citadas. En unos meses, el Presidente decidió aprobar la construcción de la obra más costosa, que fue el acueducto. Para entonces el pueblo se abastecía de agua de tres fuentes: a) el río Nivaldo. b) los tres pozos existentes en los siguientes sitios: 1) el molino de Cerro Colorado 2) el pozo de Calle Nueva y 3) el pozo frente a la Iglesia y c) los aljibes que existían en algunas casas familiares. En todos estos centros de abastecimiento, existían hombres y mujeres que ganaban su sustento cargando latas de agua que llevaban a las casas de personas de clase media para llenar recipientes de regular tamaño. El pozo de Cerro Colorado era un manantial que emanaba naturalmente y que era succionado mediante un molino de viento. El de Calle Nueva era también un manantial que emanaba con mayor fuerza y llenaba un tanque que se utilizaba simultáneamente como baño público que administraba un señor "Pachareco" y como fuente de abastecimiento. El pozo frente a la Iglesia era un aljibe hondo por el cual pasaba una corriente submarina de agua dulce, pero sumamente hondo, quizás llegaría a los 50 metros de profundidad y el agua se sacaba con baldes atados con mecates que se deslizaban por un "motón" situado sobre una armazón de madera. Cuando se lanzaba el balde a la profundidad había que esperar un rato hasta que caía al fondo y se oía el sonido del impacto. Se formaban grupos de personas que esperaban el llenado de las latas o de barriles. Había un vigilante responsable del funcionamiento del sistema y que cerraba el sitio con una puerta y un candado, que preservaba contra imprudencias de niños y adultos.

4 de junio de 2008

Llegada de la luz eléctrica a Río Caribe

Río Caribe era un pueblo de carencias. No había luz, no había acueducto ni cloacas, no había medios de comunicación a los pueblos vecinos, no había mercado público, no había un programa masivo de sanidad y en fin, eran múltiples las carencias y sin embargo, la población era paciente y conforme, alegre y optimista. Concretándonos en el problema de la falta de alumbrado público y residencial, señalaremos que la iluminación de las casas se hacía mediante velas o con unas lámparas de kerosene que eran fabricados en el pueblo por un procedimiento manual usando para ello planchas de hojalata y que utilizaban como combustible el líquido antes nombrado, que llegaba al pueblo en latas traídas por los barcos costaneros de la CAVN y que eran identificados por un militar en posición de firmes. Tanto las lámparas o mechurios como las velas tenían diferentes tamaños. Las velas iban desde las pequeñas de un centavo y de allí crecían los tamaños hasta llegar a las de a locha, de a medio y culminar con las de un bolívar, que eran grandes y gruesas. Las lámparas también eran de diferentes tamaños y en las casas se colocaban en diferentes areas de la casa. Ambas eran contaminantes por el humo que producían y el mal olor que despedían, aunado a que se apagaban con la brisa y era difícil desplazarse con ellas hacia las distintas dependencias de la casa. Esa situación duró muchos años, hasta que surgió un nuevo combustible que obligó a la modificación de las lámparas. Este combustible fue el carburo, que venía en forma de granos o piedras que vendían las "bodegas" en pequeños paquetes de papel. Ese carburo se introducía seco en un compartimiento especial de la lámpara que luego encajaba con otro compartimiento que contenía agua. Al entrar en contacto el carburo con el agua, se producía un gas, que es el metano, el cual se proyectaba hacia un tubo delgado que al encenderse producía una luz brillante, clara y con mayor alcance y tenía la ventaja de ser transportable y menos propenso a apagarse. Ese sistema de alumbrado interno duró también mucho tiempo y por sus distintos costos fueron usados alternativamente. Las calles se iluminaban con los reflejos de las casas y en muy pocos casos se colocaban luces en el exterior. Otro sistema era el de las lámparas de huracán, que funcionaban también a base de kerosén y eran traídas del exterior para alumbrar los barcos fondeados y hasta para el traslado de peatones de un sitio a otro. Después vino el uso de las lámparas de gasolina, que mediante unas "mantillas" interiores que se protegían con vidrio y producían una luz brillante, expansiva y que periódicamente se le insuflaba aire mediante una bombita manual. Naturalmente, la población usaba con profusión las linternas eléctricas de diferentes tipos y de distintos números de pilas internas que se cruzaban en las calles. Las bicicletas portaban sus propias luces, sobre las cuales escribiremos en su oportunidad. Mientras se usaban los distintos métodos de iluminación antes descritos, ya en el mundo se usaba en forma masiva la electricidad, lo cual interesó a la gente progresista del pueblo y se propugnaba por su aplicación en nuestro medio, pero estaban en guerra y al terminar la Guerra Mundial del año 1.918, cuando las empresas internacionales empezaron a producir bienes de uso pacífico, se consultaron técnicos para determinar los tipos de motores que se necesitaban, así como la posteadura y el tendido de cables. Finalmente, la familia Luciani financió el proyecto, adquirió un motor italiano que fue instalado en un local ad-hoc en la calle 14 de Febrero o Wate de Cochino donde aún está su viejo cascarón como una reliquia de su época. Para el año 1.926 ya se había instalado el motor, sembrada la posteadura y tendido los cables por las principales calles del pueblo, con la natural alegría de sus habitantes y la esperanza de un futuro promisor. Poco a poco de fueron incorporando el servicio a las casas y establecido como forme de pago en base a los bombillos instalados en cada casa. Con la llegada de la luz eléctrica se fueron instalando algunas industrias, tales como fábricas de hielo, trilladoras de maíz y café, molienda de maíz y otras industrias. Esa situación duró un largo período, hasta que por Ley se fijó que ese servicio debía nacionalizarse en todo el País y al efecto se creó la empresa Cadafe, quien compró a los Luciani todo el sistema y sus bienes, pasando entonces a ser un servicio nacional hasta el día de hoy.

3 de junio de 2008

Viaje a la Costa de Paria (No. 1)

Ya estaba incorporado a la tripulación del Barco "Zorro Azul" propiedad del Consorcio "Franceschi y Compañía" que ya esta haciendo los preparativos para emprender viaje por la Costa de Paria y culminaría en Pedernales en el Delta del Orinoco, empecé a ejercer mis actividades de "pinche de cocina" a la orden del Capitán Modesto Eauseo. Este Barco era un "trespuños" de unas 18 metros de eslora y unos 6 metros de manga con una capacidad de carga de unas 20 toneladas, movido a vela con dos "foquis" y una "mayor", una semicubierta en la popa donde estaba la parte de dirección o rumbo con un timón de caña larga y una "cucheta" que servía de dormitorio al capitán. Cercano estaba la "caja de cocina" que contenía un fogón de leña o mas modernamente una cocina de kerosén. Yo me sentía eufórico y alegre en mi función de asistente de toda la tripulación y mientras se incorporaba la arga en su panzuda bodega. Los preparativos de viaje se realizaban con celeridad y en dos días estuvimos prestos para la partida. En esa fecha el Capitán Rauseo pasó a cumplir con el recurso legal de retirar los documentos del Barco y se fijó la hora de partida para las 4 de la mañana y a esa hora se inició el proceso de leva de ancla y como no había un viento suficiente para la movilización, hubo que apelar a os remos para conducir el barco hacia la punta de la boca para salir a mar abierto donde la brisa soplaba con más libertad. Esta maniobra les llevó cierto tiempo porque la nave estaba cargada y de por sí los remos son lentos. Salimos por fín a un area despejada y pudimos elevar las velas y adelantar con más velocidad. El Barco empezó a desplazarse a media velocidad ya que la brisa no era suficiente para hinchar el velamen, pero paulativamente esa velocidad fue creciendo al aumentar la furia del viento y la hábil mano del capitan y la tripulación maniobraban las jarcias y la botavara para buscar que recibieran la mayor cantidad de brisa y para ello efectuaban una navegación en zig zag. Al amanecer se incrementó el oleaje e igualmente el movimiento del barco. A la distancia se vislumbraba la costa que se presentaba agreste, fuerte, violenta y retadora. Yo me deleitaba viendo además de la costa un cielo transparente lleno de nubes y una mar azulado solo cortado por la proa que producía una espuma muy blanca. De repente, sentí un malestar en la cabeza, un sudor frío en el rostro que se corría hasta el cuello, empecé a bostezar y a ver brumoso. De seguidas me tuve que orillar a la borda para vomitar todo lo que tenía en el estómago. El vómito continuó intermitentemente y no podía ni siquiera levantar la cabeza y mucho menos el cuerpo. Me tiré sobre unos sacos y allí permanecí durante horas, sufriendo las bromas de los compañeros y aguantando lo que pude, hasta que por fin me dormí y solo vine a despertarme cuando el barco llegó a la rada de San Juan de las Galdonas y fondeó para bajar la carga destinada a esa localidad y sus adyacencias. Estaba sucio, demacrado, débil y hediondo a vómito, lo cual motivó a que un marinero me alzara en vilo y me tirara al mar para que me repusiera y lavara la ropa. De momento pararé aquí la narración para no hacerla muy tediosa y en próxima sesión continuaremos con esta o con otra aventura...