En Río Caribe no existía un mercado de trabajo que permitiera incursionar en distintas actividades, por lo que al presentarse alguna oportunidad de trabajo, la gente acudía a ella ávidamente, sin importarle que el beneficio no fuera alto y el esfuerzo fuera exigente. Los hombres eran obreros, pescadores, artesanos varios y muy pocos eran comerciantes, empleados públicos, marinos y trabajadores diversos. Las mujeres tenían un campo sumamente restringido ya que solamente podían incursionar en labores hogareñas, granjerías o en prestación de servicios.
Para entonces no había maquinas “piladoras” de maíz y las pobres trabajadoras debían apelar a una serie de actividades para convertirlo en “masa”. El cereal se cosechaba en el campo y lo traían al pueblo en forma de “mazorcas”, que debían desgranarse para luego venderlo a los demandantes. La unidad de medida era el contenido de una vasija metálica con un peso aproximado de un Kilo.
El trabajo se iniciaba con la adquisición del maíz en concha y una vez cumplida la operación de compra se enviaba a una señora que se ocupaba de descascarar el fruto en un bloque de madera con una cavidad y mediante una o dos “manos de pilón” que rítmicamente golpeaban el maíz, lograban desprenderle la concha y convertirlo en maíz pilado, que luego es sometido durante horas al proceso de coción, para ablandarlo.
En la mayoría de las casas se contaba con un sencillo aparato o máquina para moler el maíz con la cual se convertía el producto sancochado en masa que luego servía de base para elaborar las arepas
Años después ese procedimiento fue mejorado, con la llegada de la electricidad y el montaje de plantas de trillado y molienda, que aligeró el tiempo de preparación del grano.
Además de la máquina de moler, las areperas debían contar con un “aripo”, una forma de torta de barro cocido, que debía colocarse sobre tres piedras o “topias” y sometido al calentamiento mediante leña o carbón que se le introducía por debajo. A medida que la operadora iba moldeando las “arepas”, se colocaban sobre la superficie del “aripo” para una primera cocción y simultáneamente iba transportando las brasas para formar una fila limitada por una varilla metálica, a las cual se adosaban las arepas para su cocimiento final
La mayoría de estas trabajadoras repartían sus productos en base a encargo de las amas de casas y el resto de la producción iba a la venta en las calles, para lo cual usaban como recipiente las conocidas “totumas, que cubrían en su interior, con un paño para lograr que se mantuvieran más tiempo calientes. En las calles del pueblo y en los sitios de reunión de la población se veían a los muchachos vendedores voceando sus “arepas”, cuyo precio de venta era bastante bajo y asequible a los compradores.
En mi adolescencia, por los años 1.940, abundaban las elaboradoras de arepas en todo el pueblo y recuerdo que en mi sector operaban, entre otras: María del Pilar Navarro, Casta Rondón, María Campos, María Acosta y otras más, que ofrecían el alimento, en la mañana, mediodía y tarde, estableciendo una competencia incomprensible, dado el escaso margen de beneficios que generaba esa actividad.
Como una labor adicional, las fabricantes de “arepas” aprovechaban las cosechas de Agosto elaboraban las célebres cachapas de concha, así como los “bollos de maíz tierno” .y mazorcas de jojotos. Los más famosos eran los elaborados por la Familia Salina en El Zamuro y Juan, el hijo mayor de la familia visitaba repetidamente los sitios estratégicos, donde ofrecía sus productos en una “totuma”, protegida en su interior por hojas de cambur.
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