9 de junio de 2008

Construcción Acueducto de Río Caribe (I)

Desde los últimos días del gobierno del General Juan Vicente Gómez, la Cámara Municipal y el pueblo en general solicitó del Poder Central la realización de obras vitales para el desarrollo de la comunidad: la luz eléctrica, el acueducto, el hospital, el matadero municipal, nuevas escuelas, carretera Río Caribe-Carúpano, carretera Río Caribe-Irapa, Nuevo Cementerio, muelle marítimo y otras obras menores. Cuando muere el General Gómez y adviene como nuevo Presidente el General Eleazar López Contreras, quien había estado en Río Caribe como Comandante del Resguardo Marítimo y era amigo de muchas personalidades del pueblo y además había incorporado en su Gabinete y algunos cargos importantes a nativos de este terruño, se renovaron con nuevos bríos las peticiones de las obras citadas. En unos meses, el Presidente decidió aprobar la construcción de la obra más costosa, que fue el acueducto. Para entonces el pueblo se abastecía de agua de tres fuentes: a) el río Nivaldo. b) los tres pozos existentes en los siguientes sitios: 1) el molino de Cerro Colorado 2) el pozo de Calle Nueva y 3) el pozo frente a la Iglesia y c) los aljibes que existían en algunas casas familiares. En todos estos centros de abastecimiento, existían hombres y mujeres que ganaban su sustento cargando latas de agua que llevaban a las casas de personas de clase media para llenar recipientes de regular tamaño. El pozo de Cerro Colorado era un manantial que emanaba naturalmente y que era succionado mediante un molino de viento. El de Calle Nueva era también un manantial que emanaba con mayor fuerza y llenaba un tanque que se utilizaba simultáneamente como baño público que administraba un señor "Pachareco" y como fuente de abastecimiento. El pozo frente a la Iglesia era un aljibe hondo por el cual pasaba una corriente submarina de agua dulce, pero sumamente hondo, quizás llegaría a los 50 metros de profundidad y el agua se sacaba con baldes atados con mecates que se deslizaban por un "motón" situado sobre una armazón de madera. Cuando se lanzaba el balde a la profundidad había que esperar un rato hasta que caía al fondo y se oía el sonido del impacto. Se formaban grupos de personas que esperaban el llenado de las latas o de barriles. Había un vigilante responsable del funcionamiento del sistema y que cerraba el sitio con una puerta y un candado, que preservaba contra imprudencias de niños y adultos.

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