Quedamos fondeados en el Puerto de San Juan de los Galdonas, donde duramos dos días, mientras el Capitán Modesto Rauseo organizaba el acopio de las cosechas en ese Puerto para recogerlas al regreso. Proseguimos nuestro viaje saliendo muy temprano, navegando cercanos a la costa para evadir un poco la fuerte corriente contraria y el viento que siempre sopla. Avistamos los puertos de Guacuco, Guarataro, Unare, Caballo, Chaguaramas, Pargo, San Francisco, Cipara, Santa Isabel de la Costa y apuramos un poco el camino para llegar temprano al Puerto de Uquire, donde descansaríamos para atravesar la Boca de Trinidad y el largo viaje hasta Guiria. Nos aprovisionamos de agua fresca llenando los barriles que estaban medio secos y compramos algún bastimento. Yo me sentía un marinero avezado ya que habían desaparecido los mareos y podía cumplir con mi trabajo sin ninguna dificultad. La cocina se mantenía limpia y con una brasa encendida para que el cocinero preparara los alimentos. Las ollas, los platos de peltre, los cubiertos y los pocillos relucían de limpios. La semicubierta, la cucheta y el pañol de proa estaban limpios y baldeados. La bomba manual de achique que consistía en un palo largo que terminaba con una pequeña lona en forma de sombrilla. Esa bomba se introducía en una abertura especial hasta llegar al casco, donde recogía el agua que se acumulaba y al sacarla a la superficie traía consigo el agua que se derramaría hasta el mar. Yo tenía que mantenerla operativa y usarla con alguna frecuencia.
Salimos de madrugada usando primero los foquis y después la mayor, hasta que apuramos el camino hasta llegar en horas de la tarde al Puerto de Uquire. Me admiraba al ver en la navegación a los delfines deslizarse a los lados y en el fondo del barco, emitiendo sonidos que semejaban cánticos. Asimismo vimos otros peces.
En horas de la madrugada reanudamos nuestro viaje, pasando a distancia por Don Pedro, que es el último lugar poblado de la Península de Paria y nos enfrentamos a la Boca de Trinidad, famosa por su mar proceloso, de olas grandes y poderosas, corrientes encontradas y vientos fuertes. Yo estaba sumamente temeroso porque me decían que en la Boca merodeaban peces feroces, serpientes agresivas y animales salvajes que podían voltear el barco haciéndolo zozobrar, pero también me decían que al cruzar la Boca en horas tempranas, se aminoraba el peligro. Yo por mi parte confiaba en la pericia del Capitán Rauseo y su tripulación.
Cuando llegamos a la Boca nos encontramos con un mar plácido, de olas suaves y corrientes livianas, que permitieron que el Barco se deslizara sobre el mar sin ningún problema y a buena velocidad. Cruzamos el Cabo avistando a nuestra izquierda la Isla de Patos y mucho más lejos a la Isla de Trinidad. Dándole gracias a Dios por oír mis oraciones, pasamos al rato por Macuro y como a las tres horas vimos una gran playa de una extensión cercana a los 20 kilómetros, toda sembrada de cocoteros. En ella trabajaban un numeroso personal que se subían a los arboles valiéndose de sus pies descalzos o de "maneas" de mecate e iban tumbando los racimos de cocos, que eran recibidos por otro grupo de hombres que armados con un palo enterrado en la arena y terminado en punta, procedían a quitarle con dos certeros movimientos la cubierta de cada fruto, dejando solo el coco que era lanzado a un rimero, donde al tiempo se convertían en "copra" que luego era enviado a una factoría de Puerto Cabello, donde los procesaban para producir un fino aceite y materia prima para fabricar jabones.
A las dos horas aproximadamente llegamos al puerto de Guiria, donde me impresionó el número de barcos pesqueros y los que se encontraban en astilleros.
En el próximo capitulo continuaré narrando esta aventura real que me tocó vivir.
11 de junio de 2008
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