Ya ubicados en la ciudad de Terni y asistiendo a la Siderúrgica, de acuerdo con el programa, viviendo en el apartamento alquilado junto con el matrimonio venezolano, me quedé en espera de las respuestas a mis reclamos ante la Oficina General de Milano y también a las correspondencias dirigidas a Caracas. Como ya tenía medio de movilización con el carrito Fiat 600 recientemente comprado a crédito y que se acercaban las vacaciones de fin de año, tenía que pensar para donde íbamos en Diciembre.
La ciudad de Terni es viejísima y así se evidencia en los monumentos que aún le quedaban en pie. Para el año 1.957 apenas habían transcurrido 12 años del término de la Segunda Guerra Mundial y se estaba cumpliendo un programa del Régimen Municipal, el Gobierno Nacional y los Representantes del Plan Marshall, para la reconstrucción de la ciudad, incluyendo sus calles, Edificios, casas y zonas sanitarias y recreativas. Todas las ciudades italianas tienen una vía principal que se identifica como Corso Italia, donde la calle es más ancha, las aceras son amplias y los negocios que allí se instalan, son lujosos y de categoría. Esa vía fue la primera que reconstruyó el Municipio y para la época de nuestra llegada, era el sitio obligado para el paseo vespertino de las familias, principalmente las muchachas ternanas.
El Edificio donde alquilamos el apartamento, estaba localizado en una Avenida en construcción, que fue hecha expresamente ancha, para soportar los cambios del futuro. Al frente del Edificio se construyó la Iglesia, atendida por 4 sacerdotes, que impartían la Santa Misa 4 veces al día. Aunque tenía tiempo en servicio, el templo se iba adornando y dotando con las imágenes, muebles y retablos de la Iglesia antigua, que fue derribada en un bombardeo. La Avenida estaba todavía sin pavimento, apenas engranzonado, porque el Municipio es sumamente cuidadoso de la calidad de las construcciones y rígido en el cumplimiento de las Leyes. Casi todas las calles estaban en igual situación, pero paulatinamente y con denuedo, iban realizando las obras. La iniciativa privada iba construyendo poco a poco las nuevas edificaciones, bajo la mirada vigilante del Municipio en el acabado exterior e interior. Nuestro apartamento tenía puertas, zaguanes y ventanas hechas de madera de buena calidad e igualmente la herrería, los techos, paredes y piso de pasillos eran lujosos, Su propietario era un obrero de la Siderúrgica que después de construir la obra, prefirió quedarse en la modesta casa en la campiña y alquilar los apartamentos para pagar rápidamente el crédito. Tenía piso de mármol de carrara, al igual que el mesón de la cocina, los baños eran de porcelana fina y todo el piso, escaleras y pasillos también era de mármol. Las piezas de baño igualmente eran de primera calidad, con tres habitaciones, recibo, comedor, cocina y dos baños. Una de las condiciones del alquiler, era que el dueño podía revisar su inmueble cuantas veces quisiera.
Nos fuimos acostumbrarnos al inmueble y yo a soportar a los compañeros de habitación, hasta el punto de llegar a apreciarlos, pero por la influencia de la esposa, que como dije antes era un amor de mujer, que con su educación demostraba que venía de buena cuna, todo lo contrario del marido.
Nuestra casa se convirtió en el refugio y visita obligada de todo el grupo de becarios, para intercambiar noticias, prestarnos los periódicos y revistas de Venezuela y a oír la música patria. Nosotros paseábamos por las calles principales, admirábamos la educación de la gente y especialmente a la mujer de Terni, que tenían la fama de ser unas de las más bellas de Italia. Desde las cinco de la tarde se iniciaba el paseo por las calzadas de la Avenida. Las jóvenes se agarraban de brazos e iban conversando y contándose anécdotas interminables, saludando a las amigas dándose sendos besos en las mejillas y sonriendo maravillosamente. La ternana media, es una mujer de regular tamaño, con buena figura, pero no delgada, con una elegancia bien llevada, vestidos nuevos en apariencia, buen calzado, con un abrigo o capoto fino y muy limpio, con gorro de piel o lana en combinación con el resto del atuendo. Posteriormente nos explicaban el rígido sistema que usan los italianos, en general, para mantener su ropa y calzado. En efecto, las estaciones se dan inflexiblemente y al terminar el invierno y se acerca la primavera, con una disciplina extraordinaria, van limpiando la ropa, cepillándola, colocando la protección y en seguida proceder a guardarla con minuciosa atención en envases o baúles especiales. A medida que van guardando lo de invierno, van sacando lo de primavera y en un proceso sin fin, van sustituyendo ropa y calzado de una estación a otra, complementando su elegancia con la adaptación de los peinados y adornos complementarios que las mantiene elegantes, finas y provocativas, destacándose en el Verano, cuando lucen sueltas, vaporosas, provocativas. Los hombres siguen un programa similar y lucen siempre distinguidos y educados.
Éramos conocidos en el pueblo, donde se sabía perfectamente quien era quien y qué papel jugaba. Había familias aristócratas y arrogantes, otras de clase media y finalmente, las clases modestas, que eran las más numerosas. Nosotros nos codeábamos con todos los estamentos. Las fuentes de empleo eran muy restringidas, las principales eran la siderúrgica y la fábrica de armas, el comercio, los servicios públicos, la educación, las comunicaciones, el ferrocarril y los guardianes del orden. En el comercio se destacaba una Tienda por Departamentos similar a Sears, llamada UPIM, un almacén donde se conseguía de todo, y donde la Oficina de Recursos Humanos se especializó en escoger sus empleadas, entre las mujeres más bonitas, elegantes y distinguidas, que lo atendían a uno con la mayor educación, desvelo y devoción, que uno quedaba enamorado aunque no comprara nada. Todos los negocios eran así
La ciudad era moderna, limpia, con una población educada y trabajadora. El trato siempre era afable y nosotros correspondíamos con la misma moneda. Nuestros cheques mensuales llegaban puntualmente y el pueblo se daba cuenta, porque el dinero circulaba con mayor velocidad. Los fines de semana o días festivos los aprovechábamos conociendo los pueblos vecinos y hasta las ciudades más lejanas. Todos los pueblos, aun los más pequeños son orgullosos de los vinos y de su gastronomía. y su población gozaba cuando nos veía ingiriendo sus productos. Los pueblos de Tody, Orvietto, La Cassetta, nos recibía a cuerpo de Reyes. Nosotros nos tuvimos que habituar a los socios de habitación y salíamos juntos en el carrito, repartiendo los espacios. A mí que no me gusta manejar, le dejaba a él como chofer y atrás se acomodaban, las dos señoras, la niña mayor y el varón menor, quedándome a mí el segundo hijo, que era el más gordo y pesado, para llevarlo en las piernas. Así convivíamos, los primeros viajes los hicimos a Assisi, para conocer la ciudad y a San Francisco. Pernoctamos en Peruggia, la ciudad del dulce, donde el aroma se percibe desde 15 Kilómetros a la redonda. En otras semanas nos fuimos a Piediluco, un pueblo turístico con un lago de regular tamaño, con playas y sitios de picnic. Varias veces fuimos a Rama a ver el Papa cuando impartía la bendición desde el balcón de la Plaza del Vaticano. El 14 de Febrero, día de San Valentín, nos fuimos al pueblo del mismo nombre, que está construido sobre una colina, donde se celebra en la única calle de la localidad, una venta al área libre de raciones de “porquetta”, pedazos de cochino asado con leña, acompañados de pan casero y refresco de frutas de la región. Cuando el invierno se acentúo y empezaron a caer copos de nieve, nos fuimos a esquiar, patinar y descender en tablas, al Campamento Invernal de Quisandal, donde mirábamos con envidia a los esquiadores deslizarse por las lomas en largas distancias, los veteranos haciendo acrobacias y los neófitos novatos como nosotros, dando tumbos y resbalones en toda la superficie, pero que de todos modos, gozábamos de un paisaje nunca visto.
Ya para Noviembre empezaban a aparecer los juguetes, flores, caramelos y adornos, que ya presagiaba lo alegre de la Navidad y Año Nuevo. El pueblo se iba adornando con guirnaldas, flores y figuras navideñas. Los licores dulces aparecieron en todos los tipos y colores. Las tortas, dulces, pastelería y meriendas eran provocativas para el público y mucho más para nosotros, que habíamos adoptado a la ciudad como la propia y ya alentábamos al equipo de futbol local, como si fuera el Caracas o el Magallanes.
Por separado nos llegaban noticias de las diligencias que se hacían en Caracas y algunos hacían preparativos para el regreso a Venezuela. Había revuelo y las autoridades de acá nos daban esperanzas.
Nuestras diligencias para conseguir Whisky dieron resultado. Ni los bares ni las licorerías las tenían en existencia, pero surgió una señora, familiar de uno de los obreros, que quedó viuda de un señor que tenía una licorería y cuando el edificio quedó destruido en un ataque aéreo y dentro de las ruinas, se encontraban restos de licores y a ella le parecía que allí había whisky y no tenía inconveniente en que moviéramos esas ruinas y si encontrábamos algo, ella nos lo vendía a buen precio. Un sábado nos pusimos de acuerdo y nos acercamos a jurungar pisos y paredes y encontramos buenas y sanas, a tres cajas de whisky marca CAT. Que en seguida rescatamos y le pagamos a la señora cien dólares en billetes, lo cual nos agradeció mucho. Lavamos las botellas, que estaban protegidas por restos de madera y nos fuimos en comisión al Automóvil Club para pedirle nos vendiera un poquito de hielo y así probamos el licor, que no era una gran cosa, pero era pasable.
Antes de mudarme al apartamento, viviendo todavía en la habitación, llegó a Terni una pareja joven que no había podido incorporarse por males de embarazo. La recibimos con toda alegría y sin acordarme que estaba tomando unas pastillas llamadas IRGAPIRINA, recetada para la artritis, me tomé unos cuantos tragos y en la noche, al acostarme, noté que me estaba hinchando en forma desmedida. La dueña del apartamento llamó inmediatamente a un sobrino, que era médico y este ordenó mi hospitalización en el nosocomio, que aún estaba en reconstrucción y así se hizo, luego que cuatro de nuestros compañeros me bajaron del PH a la PB en una camilla de lona. En el hospital me hicieron un lavado de estómago y me sometieron a un tratamiento con inyecciones intravenosas. Ya el otro día estaba mejor y en la tarde me dieron de alta, pero quedaron los chistes por la bajada de los cinco pisos en una camilla de lona y la forma como yo llamaba a las enfermeras.
Cuando cobramos los cheques de las becas personales y de los correspondientes aguinaldos y nos dieron vacaciones desde el 15 de Diciembre hasta el 7 de Enero del año 1.958, todos compramos nuestros correspondientes regalos y unánimemente decidimos hacerle un regalo al Sr. Barbarrossa y luego de discutir sobre el tipo de obsequio, alguien propuso que le compráramos una bicicleta nueva, marca Benotto que estaba en exhibición y todos dimos nuestra aceptación. Averiguamos el precio, incluyendo la placa que le daríamos y cada quien dio su aporte y compramos el día siguiente la bicicleta lujosa, de color verde, con dinamo y luces, sillín de cuero y bomba de aire.
Al convocarle al Salón para hacerle entrega de su regalo y la placa, no se imaginó nunca ese señor, que nosotros le diéramos esa sorpresa y sin poder aguantar la emoción, las lágrimas le brotaron voluntariamente y no pudo pronunciar palabra y solo al otro día pudo reaccionar y nos invitó a su casa, donde nos brindó un cordial agasajo en unión de su hija.
Yo tenía dos compromisos contraídos para Diciembre. Uno era en Frosinone, una ciudad grande localizada cerca de Roma, donde vivían los padres de Quico y Fernando Rufa, así como otros familiares a quienes conocíamos y teníamos una cercana amistad. Ellos nos estaban esperando desde hace varios meses y nosotros le avisamos que iríamos en Diciembre. Organicé mi viaje en compañía de mi esposa y salimos hacia el Sur, rumbo a Nápoles, dejando la visita a Frosinone a nuestro regreso. Compramos en Terni los regalos que les llevaríamos a los anfitriones. Los campos que atravesábamos eran bonitos, sembrados en su totalidad. El heno se recogía y se guardaban en pacas que quedaban al aire libre para cuando se necesitara, los árboles de olivo quedaban en los campos cargados de frutos. La carretera Roma Nápoles está sembrada a la izquierda con árboles de pino y frutales y a la derecha y hacia el mar, hay que detenerse para admirar las hileras de árboles de mandarina, con su típico color amarillo, totalmente cargados y a punto de recoger la cosecha, los árboles de durazno, naranjas California, cakies, melocotones, limones, limas y otros cítricos. Las filas se pierden hasta lontananza, los campesinos con sus cajas iban descargando los frutos y cuando probé una mandarina que me regalaron, junto con dos naranjas de pulpa morada, quedé extasiado con esos campos, su productividad y el dulzor de los frutos. Me desplazaba por la carretera un poco asustado, debido a que los italianos con sus grandes camiones, se desplazan a altas velocidades y casi lo atropellan a uno por la escasa separación que dejan entre los vehículos y los carros pequeños.
Cuando llegué al cruce de la carretera, señalando la vía hacia Sorrento, no me pude aguantar y bajé hacia el puerto, aunque no estaba en el programa. Me tuve que parar en la bajada para darle un vistazo al Puerto y la Ciudad, tan llena de sabor y de ritmo. Las calles son limpias y alegres. La bajada desde la carretera al Puerto, me recordó mucho a Mochima, por el paisaje, pero no por su elegancia y facilidades al viajero. Nos bajamos a almorzar, en un bello Restaurant con vista al mar y degustamos frutos del mar y un postre sensacional. A la salida dimos un paseo por la ciudad, que ya estaba adornada con motivos navideños y seguimos nuestro viaje a la cercana Nápoles, donde ya teníamos Hotel reservado. Como el recorrido lo hicimos de noche, tuvimos oportunidad de ver, desde la carretera, los pueblitos costeros iluminados, que nos parecieron atrayentes.
15 de septiembre de 2010
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