14 de septiembre de 2010

QUE ME HA DADO CARACAS-Ingreso a la Siderúrgica de Terni Italia.

Después de nuestro registro en la habitación del hotel y percibir que era un albergue provisional, con una habitación grande, una cama doble, colchón duro y en general, las evidencias de su vetustez, donde no había habitaciones con baño, sino un baño común al final de un largo pasillo, nos fuimos a almorzar para luego oír comentarios de los compañeros para decidir lo que íbamos a hacer. El grupo de 20 becarios enviados el mes anterior, ya estaban ubicados en Terni, la mayoría en casas de familia que se ayudaban alquilando habitaciones, algunos con pensión completa, pero casi todos eran solteros, o casados que no trajeron a la esposa y ubicados en viviendas muy modestas. A mí me hicieron numerosas ofertas para habitaciones, una de las ellas fue la de un matrimonio que nos propuso alquilar un apartamento nuevo, con acabados lujosos, para compartir los gastos entre los dos, pero a mí no me agradaba, porque perdía mi libertad. Llegaron otras ofertas, pero la que me gustó fue la de una viuda que tenía un pent house y nos alquilaba la mejor habitación con pensión completa, es decir, con habitación, comida, ropa lavada y limpieza de la habitación. A mí me gustó mucho la proposición, aunque era cara, pero valía la pena y la acepté, mudándome el mismo día. El otro becario que ya tenía palabreado el apartamento nuevo, contaba con nosotros para mudarnos juntos, pero yo me sentía feliz donde vivía, pero no quería dejarlo en la estacada. Para alquilar una vivienda en Italia, le hacen al peticionario una investigación exhaustiva y esa investigación se la estaban haciendo al becario. El hombre estaba desesperado, ellos eran cinco: la pareja y tres hijos, mientras que nosotros éramos dos. Si el apartamento tenía tres habitaciones, dos era para ellos y una para nosotros. Yo estaba bien y mi esposa también, pero la esposa del becario era una buena persona y se la llevaba de maravillas con mi esposa, por lo que estarían acompañadas las dos. Finalmente, me decidí a mudarme con el matrimonio venezolano, para mi propio mal, porque bien caro me salió y como disfrutó este señor de mi ingenuidad y mi don de buena gente, para aprovecharse, pero yo siempre dejo todo en manos de Dios y San Pancracio y nunca me han fallado. Nosotros duramos tres días en el hotel. Al día siguiente de nuestra llegada, nos reunimos en el patio de entrada de la Siderúrgica con el Ing. Pizzolante y claramente nos informó que por los momentos, nosotros no fuimos a Italia a cursar estudios superiores, sino a entrenarnos como técnicos y capataces y por ello el grupo anterior al nuestro, todos los 20 becarios estaban incorporados en la rama de laminación y que nosotros teníamos la oportunidad de escoger entre tres especialidades, por lo tanto, 10 irían a laminación, 5 a electricidad y 5 a mecánica. Inmediatamente todos los 20 presentes protestamos por el engaño. Yo le expliqué a Italo que en Caracas yo estudiaría una rama nueva en administración, que era la microfilmación de documentos y su aplicación en documentos y archivos. Me explicó que ese estudio aún no estaba instalado en Italia pero que de todas maneras se informaría con la Oficina de Control de Milano y me mantendría informado. Esto fue en secreto dado a que ya teníamos un nexo por José Antonio, pero sí me dijo que escribiera a mis conocidos en Caracas para que aclararan la situación, ya que el solo sabía lo que nos dijo. Entretanto, y ya más fría la reunión, nos recomendó en primer lugar, que moviéramos nuestros conocidos en Caracas para aclarar la situación y que para ganar tiempo, también nos dirigiéramos al Ing. Horacio Rosales, que era el Jefe de la Oficina General en Europa y claramente expusiéramos nuestras razones, pero que mientras tanto y ante lo cercano de las fechas navideñas, cumpliéramos con el programa elaborado y esperáramos el resultado de nuestras gestiones. También nos dijo que nuestro coordinador en Terni sería el becario que se mudaría conmigo. Cuando se fue Pizzolante, nosotros, los 20 becarios, nos reunimos e intercambiamos opiniones, despotricamos del Gobierno y dijimos miles de cosas, pero como las opiniones de Italo eran sensatas y el llevaría nuestra queja ante la oficina de Milano, nos decidimos a cumplir el programa y esperar. Antes de irse Italo, escogimos las especialidades y yo quedé en el grupo de los mecánicos junto con 4 más. Nos designaron los talleres donde trabajaríamos y obedientemente comenzamos a cumplir nuestro horario, pero siempre pendientes de las noticias que vendrían por diferentes canales. Estaba comenzando el mes de Noviembre de 1.957 y el frío se acercaba poco a poco. Ya habíamos superado la época feliz que habíamos pasado en la casa de la viuda y ya estábamos mudados en el apartamento junto con el matrimonio venezolano. Estábamos tranquilos en la nueva vivienda, comiendo bien, porque la esposa del becario cocinaba de maravilla. Los niños se iban a la Escuela de manos de la hermana mayor, que tenía 9 años, nosotros a la Siderúrgica y las dos señoras al mercado a comprar en primer lugar las pastas en un sitio donde la ponían extendida sobre una mesa rematada en mármol y ellas escogían la clase de pastas que llevarían ese día. Luego iban a la Carnicería donde adquirían una carne suave y fina que era cara para los italianos, pero no para nosotros. Igualmente el pan que lo había de toda calidad y todo precio, pero nosotros comprábamos el llamado pane al ollio que era el más suave y sabroso. Así era la verdura, el aceite, el jamón y el salchichón, las frutas y el vino que nos vendían en un abasto cercano, tratándonos con el mayor respeto y consideración. Nuestro grupo de mecánica pasábamos en la mañana por la Panadería y comprábamos por turnos diarios, el pan, el jamón y el salchichón para todos y al llegar a la Siderúrgica poníamos la mesa sobre un papel grueso que traíamos de la Panadería y nos disponíamos a comer ese montón de cosas, que generalmente no alcanzábamos a ingerir y entonces, lo que quedaba, lo envolvíamos y llamábamos al mensajero de ellos, de apellido Cioccolante, que agarraba el bojote y llamaba aparte a sus panas para rematar esa comida fina que quizás no lo probaban con frecuencia. Aparte del trabajo de taller, el programa que el Consejo del Grupo Inoccentti y nuestra Oficina, contemplaba que todas las tardes debíamos asistir a un curso que dictaría un Técnico Italiano de nombre Aurelio Barbarrosa, donde contemplaba una cantidad de temas útiles en la Industria Siderúrgica y en la vida diaria, especialmente en la parte de dirección de grupos y manera de afrontar los distintos problemas laborales y de conocimientos técnicos. Este señor Aurelio Barbarossa era un personaje de la industria italiana, de la ciudad de Terni y de Italia en general .Trabajó durante 50 años en la Siderúrgica de Terni y fue jubilado en contra de su voluntad, manteniéndose como Asesor. Le fue concedida la mayor condecoración del Gobierno Italiano y le fue entregado en acto especial, por el propio Duce, en el Estadio Centomille de Roma. Después de dos años de jubilación, fue rescatado para que fungiera como Asesor y Entrenador del Grupo Venezolano. Desde que nos conoció, nos adoptó como un abuelo a sus nietos y nosotros le retribuimos de igual manera. Vivía en un pequeño apartamento del centro de Terni, conjuntamente con una hija y se desplazaba en una bicicleta de unos 30 años de edad, con soldaduras en toda la estructura. En virtud de nuestro trabajo mañanero, teníamos que vincularnos con los técnicos y los obreros del taller. La ignorancia de la población italiana en materia de geografía, era supina y por parte de los trabajadores, era superior .La mayoría no sabía donde quedaba Venezuela y tenían la idea de que su población estaba formada por indígenas que vivían en bohíos de techo de palma y que por las calles se encontraban cocodrilos, culebras, tigres y hasta monos. Nosotros les echábamos bromas al respecto, exagerando sus falsas ideas, y cuando transcurridos los días les mostrábamos las fotografías de las ciudades, sus monumentos y bellezas naturales, quedaban pasmados de la realidad. Igualmente pasaba cuando hablábamos de nuestro sistema monetario y les enseñábamos nuestras monedas de plata y le dejábamos oír el sonido. Y peor era cuando salía algún numismático y quedaba enamorado de las monedas y nosotros, despedidamente, se las regalábamos. Todos los trabajadores de la Siderúrgica tenían una especial predilección por nosotros y nos invitaban a sus casas, algunas de las cuales quedaban en la campiña y haciendo un satisfactorio esfuerzo, nos atendían con el mayor esmero y preparaban platos y postres maravillosos. Las clases o mejor dicho, las charlas que todas las tardes nos daba el señor Barbarrosa, eran un dechado de sencillez, amenidad y conocimiento de las materias que impartía. Desde el primer día nos dio a conocer su punto de vista político, el papel que desempeñaba en la Sociedad y lo que aspiraba lograr con sus charlas diarias. Empezó por hablarnos del descubrimiento del hierro, su composición química, su empleo a través de los años, su transformación en acero, las diferentes combinaciones logradas por los especialistas, el beneficio obtenido por la civilización. Esa charla completa fue tan orientadora que tuvo que repetirla el día siguiente. Siguió en las charlas siguientes con la explicación de la comercialización, las mejoras en la explotación y los tópicos interesantes sobre el hierro. Continuó con la explicación del proceso de industrialización que se emplea en la Siderúrgica de Terni usando para ello los planos iniciales del Establecimiento y las modificaciones efectuadas en el tiempo, en base a los requerimientos de los procedimientos modernos que se iban descubriendo en el mundo. Los cheques de nuestras becas empezaron a llegar con regularidad y con ello cada quien iba pagando sus deudas y adquiriendo las cosas que necesitaban. Nosotros, que trajimos nuestros ahorros de Caracas, pudimos comprar un juego de cuarto con su colchón, sábanas y lencería, para así mudarnos al apartamento. Después compraríamos lo demás que era de uso común de los dos matrimonios. Ya en comunicación con todo el personal de la Industria, se presentó un personaje, propietario de varios almacenes en un pueblo vecino, llamado Acqua Sparta, que nos ofreció precios especiales y créditos a largo plazo para la adquisición de artículos de invierno, que nos eran indispensables. Cada quien hizo su lista de artículos: capotos o sobretodos, monos para dormir, cobijas gruesas de lana, guantes y gorras. Nos hicieron la entrega de inmediato y determinamos los montos a pagar mensualmente, en base al monto del crédito. Yo le expresé la necesidad que tenía, de un carrito usado y quedó de hacerme las diligencias para conseguírmelo. A los dos días se presentó con un carrito Fiat 600 del año anterior, de color azul y tapicería negra de cuero, garantizarlo por el propio vendedor. Ajustamos el precio de venta y el crédito, la cuota inicial y el monto a pagar mensualmente. Ya estaba hecho. Podía organizar mis salidas los fines de semana a los pueblos y ciudades vecinas y librarme un poco de la obligación de compañía del matrimonio con quien compartía el inmueble.

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