28 de septiembre de 2010

QUE ME HA DADO CARACAS - Continuar los estudios

Una vez reubicado en mi cargo en el Banco Obrero, en Junio de 1.958, me tocó reorganizar mi casa de Coche. Compré un juego de pantry con 4 sillas, lavadora, licuadora, pulidora y una serie de cosas menudas. Estuve esperando por varias semanas el carro Vauxall que compré al Maestre Técnico, pero cuando llegó no satisfizo mis aspiraciones y después de solventar la serie de escollos que encontré para su nacionalización, lo vendí por un precio irrisorio y quedé conforme de quitarme ese fardo de encima. Como me hacía falta un carro, le compré a la Jefe del Dpto. de Créditos, un automóvil Buick del año 1.954, que no le daba ni siquiera por la mitad al carro Bick Roadmaster año 1953 que vendí al marcharme a Italia. Me puse como norte realizar dos cosas fundamentales: Terminar el Bachillerato para luego seguir una carrera universitaria y buscar la ayuda médica para lograr tener mis hijos, ya que teníamos 7 años visitando médicos y cumpliendo tratamientos sin poder tener éxito. En nuestro deseo de tener descendencia, acudimos a consulta y exámenes de unos siete médicos ginecólogos e internistas y ninguno encontraba la causa, no obstante que nos sometimos a pruebas tanto mi señora como yo y todos nos encontraban aptos y lo que me mandaban a mí, era tomar Evión por la Vitamina E y a ella otra serie de vitaminas para aumentar su fertilidad. Todos esos exámenes y medicinas costaban dinero y tiempo, por lo que nos proponíamos usar, hasta donde fuera posible, el Servicio Médico que en fecha reciente, había instalado el Banco Obrero y que estaba dirigido por el Dr. Francisco Soto Rosas, quien nos refirió ante el Dr. Hermán Malaret, un ginecólogo joven, recién llegado de un curso de especialización. El Dr. Malaret estudió con detenimiento nuestro caso y le puso especial énfasis en la revisión de las radiografías que le habían practicado a ella en varias fechas y decidió pedir unas nuevas radiografías en otras posiciones y mediante ellas determinó que el problema consistía en que las trompas de Falopio estaban obstruidas y había que practicar una operación quirúrgica para determinar la situación real y actuar en consecuencia. Estaba entusiasmado el Dr. Malaret en completar su diagnóstico practicando él mismo la operación, cuando a los pocos días venía manejando por Roca Tarpeya y repentinamente le dio un ataque cardíaco y murió casi enseguida. Lamentando la situación, acudimos de nuevo a la consulta con el Dr. Soto Rosas, quien decidió que él mismo realizaría la operación y todo se preparó para una fecha inmediata para intervenirla en la Clínica Panamericana, en Catia. En la operación se determinó que la Trompa izquierda estaba totalmente dañada y hubo que eliminarla, dejando solo la Derecha, que estaba obstruida y se liberó completamente. Según su opinión, la operación fue un éxito y que todo estaba a punto para lograr la concepción. Pasaron dos meses y nada de embarazo, por lo que se ordenaron nuevas radiografías, las cuales determinaron que la Trompa que quedaba, se había obstruido nuevamente y la remitieron a consulta con el Dr. Jiménez en la Clínica Cajigal de San Bernardino. Allí le hicieron la Primera sesión de Insuflación, de las cinco que necesitaba. Por cierto que al salir de la Clínica fuimos a almorzar casa de mi tía Paela en Los Magallanes de Catia y cuando entró al baño, mi esposa perdió el conocimiento y se produjo un golpe feo en la boca. Se cumplieron las 5 sesiones de Insuflación y nos quedamos a la espera del resultado y cuando transcurrió el primer mes y no hubo regla, nuestra alegría fue infinita, pero según previo convenio, no dijimos nada, esperando el resultado del segundo mes. Contábamos las horas y los días y al cumplir los dos meses, fuimos a consulta con el Dr. Jiménez, quien confirmó el embarazo y ordenó un reposo parcial. Todos nos alegramos y hacíamos lo indecible para ayudar en ese reposo. Contábamos con la ayuda de una muchacha para las labores de cocina y de limpieza de la casa y eso permitía un mayor descanso de la señora. Una vecina que contrajo matrimonio ya entrada en años, nos recomendó a un médico de la Clínica Centro Obstétrico, de apellido Taborda, quien no obstante lo delicado de su caso, la atendió con gran dedicación y tuvo felizmente un niño lleno de vida y una salud perfecta. Como quiera que nosotros no habíamos tomado ninguna decisión sobre quién sería el galeno que la atendería, acogimos la recomendación de la vecina y la llevamos a control del citado Dr., Taborda, quien gozaba de mucha fama y contaba con una numerosa cantidad de clientes. No tuvimos queja de la atención del Dr. Taborda mientras estuvo bajo su control mensual y como quiera que para entonces no existiera la prueba del ecosonograma para saber el sexo del niño, yo predije con gran énfasis que el parto tendría lugar el día 12 de Octubre, día de la raza y que sería hembra. Cuando se presentaron los dolores de parto, la llevamos inmediatamente al Centro Obstétrico y le avisamos al Dr.Taborda, quien se presentó de inmediato y nos calmó a todos, especialmente a mí, que estaba sumamente nervioso, diciéndonos que ese parto no tenía problemas, ya que se llevó un desarrollo normal. Eso fue como a las 5.00 PM del día 11 de Octubre de 1.952. Empezó el parto y el médico y las enfermeras estaban pendientes de la dilatación y subían a la habitación con frecuencia. El galeno para matar el tiempo, empezó a escanciar sus tragos de whisky y cuando el parto se iba retardando al bajar la velocidad de las dilataciones, corrí a avisarle al médico, quien bajó todo preocupado y ordenó el traslado de la parturienta al pabellón, para practicarle una cesárea, la cual se realizó con todo éxito y la niña nació a la 1.40 AM del día 12 de Octubre de 1.962, Día de la Raza. A partir de allí todo fueron celebraciones, brindis, regalos, ramos de flores, telegramas de felicitación, pasillos llenos de gente y un desfile de amigos y familiares que aspiraban apadrinar a la recién nacida. Cumplida parcialmente mi primera aspiración, le dediqué tiempo y preocupación a los estudios. Preparé una carpeta con todos mis recaudos y los presenté en el Ministerio de Educación para la revalidación de los estudios efectuados en la Escuela Naval de Venezuela. Me dieron como totalmente aprobado el Primer Año de Bachillerato, así como materias del Segundo y Tercer Año, por lo que debía presentar por Libre Escolaridad varias materias de Segundo y Tercer Año. Comenzó entonces mi odisea de ir preparando materias de Segundo y Tercer Año, Estudiando algunas por mi cuenta y otras con ayuda de Profesores, que tuve que pagar por mi cuenta. Transcurrido un año, tenía todas las materias del Tercer Año de Bachillerato aprobadas, con excepción de Física y Química y la Dirección del Liceo José Gregorio Hernández (Nocturno del Liceo Fermín Toro) accedió a inscribirme en el Cuarto Año, pero con el compromiso de presentar la constancia de aprobación de esas materias, antes de comenzar los exámenes finales del año siguiente. Así lo hice, mis días transcurrían de un trajín a otro. Desde la mañana comenzaba mi labor con preparar la comida del mediodía, que se llevaba en un termo de compartimientos separados y luego salir para el trabajo en el Banco Obrero, pero antes debía comprobar el estado de la niña, cuya salud era precaria y su madre debía trasnocharse para atenderla de la presunta enfermedad de asma. Me tranquilizaba un poco, el hecho de que en la casa vecina, vivía mi hermana Juanita, que es enfermera y mi cuñado, que era médico, pero no pediatra. Muchas veces me iba preocupado, dejando a la niña con fiebre y la mamá también quebrantada de salud con otros achaques. En el Banco Obrero me tocaba trabajar duro para hacerle frente a las diversas actividades que se presentaban. El Instituto fue mudado desde el Bloque 1 de El Silencio, donde estábamos cómodos, a la Torre Sur del Centro Simón Bolívar y por supuesto, nuestra nueva ubicación nos ocasionaba retardos en las comunicaciones, por estar a expensas de los ascensores, que se usaban, conjuntamente con otros Organismos Oficiales. Duramos como 8 años en esas oficinas del Centro Simón Bolívar, con sus más y sus menos, pero en el entretanto, se produjeron acontecimientos importantes en el ámbito político del País. El más importante fue el derrocamiento del Gral. Marcos Pérez Jiménez y su Gobierno, que ocasionó la sustitución de funcionarios por nuevas figuras. El gobierno emergente, presidido por el Almirante Wolfang Larrazábal no tenía experiencia burocrática y se coló mucha gente desconocida. A la Dirección del Banco Obrero llegó un ingeniero joven, de nombre Raúl Hernández, con buenas intenciones y sin ánimo de propiciar despidos masivos, ni daños al personal. Gracias a Dios que fue así, porque eso permitió mi reingreso a la Institución, en Junio de 1.948. Para entonces el Banco Obrero trabajaba a horario corrido, por lo cual a mediodía solo teníamos media hora para almorzar, por lo cual nos reuníamos un grupo de personal de nuestro Departamento y hacíamos una mesa común, compartiendo en algunos casos, los platos que llevábamos. Inmediatamente de almorzar seguíamos trabajando hasta las 4.30 PM. A esa hora salía para el Liceo Fermín Toro, para asistir a las clases de Bachillerato, que se prolongaban hasta las 11.00 PM. Apenas terminaba la clase, salía para la Esquina de Pajaritos, donde estaba el Estacionamiento, donde guardaba mi carro todo el día. Llegaba a mi casa a medianoche, cuando mi esposa me tenía guardada la cena, que comía con voracidad, después de tanta hambre. Con el escaso sueldo que ganaba, no podía comer en Restaurantes. Esa rutina la cumplía diariamente, salvo los días viernes, cuando ya teníamos pactada para la noche, una sesión de truco en la casa de mi compadre Perucho Cedeño en la Urb, Urdaneta de Catia, acompañada de un suculento sancocho de pescado, gallina o cruzado. Esos viernes yo trataba de jubilarme las últimas horas de clase, a sabiendas de que mis amigos me estaban esperando. Esas reuniones eran para mí un aliciente a mi avasallante trabajo, problemas familiares y permanente limpieza de bolsillo. Éramos un grupo de paisanos y amigos, la mayoría muertos, que gozábamos con los juegos de truco y dominó, además de los cuentos y anécdotas que allí se llevaban. Todos los gastos los compartíamos los participantes y generalmente nuestros ingresos eran muy limitados, por lo que las bebidas eran, ron Cacique con Pepsi Cola, que nosotros llamábamos “Súper Shell con Ica” y las comidas eran “sancochos” de pescado con bastante verduras. Era un ambiente grato, acogedor, con mucho ruido por la calidad del juego y los frecuentes chistes, así como anécdotas del pueblo, viejas y nuevas que se presentaban en la mesa, con gracia y donaire. Allí durábamos horas y no era raro que nos agarrara el amanecer en pleno juego. El grupo era como de 20 personas y cazábamos un día feriado para prolongar la celebración. Trascurrido un año, aprobé mi Cuarto Año de Bachillerato y las dos materias pendientes de la Reválida, me inscribí de una vez para el Quinto Año y preparé mi viaje para pasar las vacaciones en Río Caribe, junto con la esposa y la hija, que estaba bien bonita y crecida. El carro que compré me salió malo y eso me llevó a comprar por medio de la Caja de Ahorros, un carrito escarabajo Volkswagen, que fue la mejor compra de mi vida, ya que me costó Bs. 6.500.oo y por comprarlo al contado me rebajaron el 10 %, o sea que pagué Bs. 5.900.oo.Compré una parrilla para el el techo del carrito y allí colocábamos, además de los equipajes, el corral, el coche y la cuna portátil de la niña. Adentro llevábamos los teteros, el agua destilada, las medicinas y las compotas de la niña. Se entusiasmó con el viaje, mi sobrino y ahijado, el hoy flamante ingeniero Eriberto Echezuría, que tenía entonces 8 años para acompañarnos en el viaje. Salimos a las 8.00 de la mañana con rumbo a Puerto La Cruz, para tomar el Ferry que nos llevaría a la Isla de Margarita. En Puerto La Cruz hicimos nuestra cola y nos embarcamos en el Ferry, que apenas contaba con los servicios esenciales, llegando a Porlamar como a las 8:00 PM, donde no encontrábamos hotel para alojarnos, hasta que un billete de Bs. 50.oo hizo el milagro de conseguirnos una habitación en el Hotel Porlamar, debiendo esperar una media hora, mientras la desalojaba el huésped que la ocupaba y la camarera la limpiara. Finalmente nos ubicamos, bajamos a comer al Restaurant y luego nos fuimos a dormir hasta las 9.00 de la mañana del otro día. En la mañana nos despertó Ana Isabel con unos gritos desesperados y era de hambre. Mi esposa le dio sus alimentos y después bajamos al Restaurant a desayunarnos. Ya vestidos y desayunados salimos en el carro a recorrer la isla, teniendo como principal destino a la Iglesia de El Valle, a objeto de cumplirle a la Virgen una promesa que había hecho mi esposa. Viendo las diferentes calles y avenidas que ya para entonces vislumbraba un emporio turístico, casi sin darnos cuenta llegamos al Valle, un pequeño pueblo con una Iglesia Mínima, donde se aloja una bella virgen que es la Patrona de Oriente y con gran arraigo nacional. Para entonces, se había celebrado el mes anterior la Fiesta de la Virgen, con una numerosa afluencia de feligreses. Estuvimos un buen rato en la Iglesia, mi señora cumplió la promesa, llevó la niña a la presencia de la Virgen y rezó con gran fervor teniéndola en sus brazos. Después tomamos de nuevo el carro y los llevé al pequeño poblado de Las Piedras, un caserío situado a unos 5 Km. de El Valle, donde tuvimos la oportunidad de ir con nuestra abuela Carmen Olimpia en varios viajes de la Fiesta de La Virgen y de gozar de sus sabrosos lugares de recreo y degustar las frutas más deliciosas del mundo, esos baños en el tanque de “La Balcón” y en las pozas del Río San Pedro, son inolvidables y en el camino nos cansábamos de comer guayabas, guamas, riñones, catuches y nísperos. Separados por el Río San Pedro había un grupo de unas 20 casas, organizadas en lo que hoy se llaman fincas vacacionales, con distintos grados de instalaciones, donde además de la o las casas donde vivían los trabajadores, existían sembradíos de nísperos, caña de azúcar, maíz, maya, mamones, tocoperís, naranjas, mandarinas y las joyas de la corona, unos mangos grandes sin ser mangas, dulces como la miel, de pepa larga y delgada. Eran conocidos como “mangos biriteños”, pero después me enteré que eran “mangos piriteños”. Igualmente había mangos chiquitos, que eran más pequeños y con sabor alcanforado, mango Tin, que eran de concha roja, redondos y de carne pulposa. Mis hermanas y yo vivíamos comiendo, con la baca amarilla de mango maduro, con una cachapa en la mano o un balde de nísperos, dulces y pulposos, que no maduraban en el árbol, sino que se cogían pintones y se ponían a madurar. Las fincas tenían una separación de paredes de piedras que se sacaban del río y se ponían unas sobre otras y en cada una de las fincas había dos o tres burros y a escondidas, nos los llevábamos para hacer carreras. Por supuesto, loa codos y rodillas mostraban las huellas de esas carreras. El propietario de la finca donde nosotros llegábamos se llamaba Antonio Pereira y guardaba un lejano parentesco con mi abuela. La casa de él era una quintica con porche y corredores que nos dejaba a nuestra disposición durante los días de fiesta. Los cuidadores de la finca tenían sus casitas de paredes de barro y techo de paja, que cuando llegaba mi abuela veían a Dios con la ayuda de alimentos que ella les traía y la correspondiente ayuda de plata. Recuerdo que entonces vivía la matrona, Nicolasa, madre de las mujeres y abuela de los muchachos. Era cocinera y nos malcriaba con cachapas, arepitas y bollos, La hija Ángela la suplantó en la cocina y la Jefatura de la casa. Su hijo Ángel, que era mi contemporáneo, me acompañaba en las carreras de burro y en los baños de “La Balcón”. Completaba la familia un tío amanerado que hablaba como mujer llamado “Cola”. Cuando salimos de la Iglesia, tomé la vía hacia Las Piedras y al llegar encontré el sitio cambiado, pero preguntando a los pocos vecinos que encontré, logré localizar a los sobrevivientes, que eran Ángela, una hija menor y Colá que estaba viejito, pero aún vivía. Le presenté a la familia y ellos apenas se acordaban, les dejé una ayuda y regresé a Porlamar. Almorzamos en un buen Restaurant y luego fuimos a descansar al Hotel. El siguiente día mi esposa alimentó a la niña y la preparó para salir, buscamos el carro y salimos sin rumbo fijo. Quise ir al Mercado, que recordaba como un sitio alegre y muy margariteño. Entramos al Mercado con la niña en brazos y nos sentamos en un sitio de comida que vimos limpio y con poca gente. Pedimos empanadas de casón, un batido de guanábana y después un café con leche. En ese Marcado se conseguía de todo, pero nosotros no hicimos sino ver, ya que no íbamos a comprar nada, sin embargo, nos llevamos un kilo de dátiles pasados, unos dulces caseros, que incluían piñonates, turrones, cocorrones y suspiros. Decidí llevarlos para que conocieran la Península de Macanao. La carretera estaba un poco mala porque hubo lluvias en la noche. Pasamos por el pueblo de Boca del Río, un típico pueblo pesquero con sus peñeros y lanchas fondeadas, la cantidad de pescado que estaban escalando para el proceso de salado. Las mujeres que gritaban o que sostenían una conversación procaz a todo volumen. Seguimos viendo ese bello paisaje de la Península, sus largas playas y esas planicies yermas y con muy poca vegetación. Llegamos hasta donde era posible con el carrito, dimos la vuelta y regresamos a Porlamar, pasando por San Juan Bautista y los pueblitos intermedios de La Vecindad, El Norte, El Espinal y otros caseríos donde todavía no había llegado el desarrollo turístico y los productos tenían precios asequibles. Almorzamos en un buen Restaurant de la carretera, comimos pescado frito con tostones y ensalada con tomates, cebollas y pepinos. Regresamos a Porlamar, por buena carretera y llegamos al Hotel como a las 5.00 PM con la niña dormida, pero como hacía mucho calor, nos echamos un baño y acomodamos a la menor para su descanso. Yo salí a dar una vuelta a pié y me llevé a Heriberto José para enseñarle el Boulevard, las tiendas y las ventas de buhoneros. Después de ese almuerzo que nos echamos en la carretera, no teníamos hambre, nos tomamos unas cocadas y a las 9:00 nos acostamos. El tercer día en Margarita, volvimos a desayunarnos al Mercado y compramos algunos regalitos para llevarlos a la gente de Río Caribe, entramos a la Catedral de Porlamar, que es bien bonita, emprendimos viaje a Playa del Agua, Pedro González, Guarame, El Tirano y otros pueblos. Lulú no quiso bañarse y eso me quitó a mí el deseo y por consiguiente, Heriberto tuvo que conformarse con la idea de desquitarse en las playas de Río Caribe. Nos llegamos hasta Juan Griego, que ha crecido mucho y tiene variedad de tiendas y ventas de mercancías que no envidian a Porlamar. Almorzamos en un Restaurant con Aire Acondicionado y nos sirvieron un Hervido de Gallina criolla que me supo a gloria y de segundo plato gallina guisada con arroz y plátano frito. De allí salimos al Hotel para que la niña descansara y nosotros prepararnos para el viaje de regreso en Ferry a Puerto La Cruz. Nos levantamos temprano, ya habíamos pagado la habitación y a las 7:00 AM, salimos para Juan Griego a tomar el Ferry, que salía a las 9:00 AM. Nos preparamos para el viaje, que duraba 4 horas, llegamos a Pto. La Cruz como a la 1:30 PM. Comimos algo rápido en el Terminal y seguimos para Río Caribe, pasando por Cumaná y Carúpano. La niña tenía su comida asegurada con sus teteros y sus compotas, así como una carga de pañales y agua para lavarla cuando hubiera necesidad, en cuyo caso yo me paraba en una sombra protegida. Pasamos por Cumaná, Mariguitar, San Antonio del Golfo, Ceresal, Cariaco, Guiria de la Costa, Guaca y Carúpano. Llegamos a Río Caribe como a las 5:30 PM. y allí nos esperaban con la mayor alegría. Mamá agarro a Ana Isabel y la despertó a fuerza de arrumacos, sobraron manos que nos ayudaran a bajar los equipajes y las cosas del carro y nos la llevaran al cuarto que ya teníamos arreglado. Mamá nos tenía preparada una cena pantagruélica con sierra frita, arepas, tajadas, jugos, café con leche y turrón de coco. Yo comí con hambre, Lulú, como de costumbre, apenas picó la comida y mi sobrino y ahijado Heriberto José, comió como un bendito y se le salían los ojos al ver la playa y el mar. No se lanzó al agua, porque era tarde, casi de noche. Nuestra estadía en Río Caribe fue una felicidad. Ana Isabel iba de brazo en brazo. Mi esposa comía como nunca la había visto. Estaba haciendo bastante calor y decidí salir a unos pueblos vecinos para que mi señora los conociera. Preparé el carrito con los alimentos de la niña y salimos hacia Guiria, pasando por Yaguaraparo e Irapa. Tuvimos un nuevo ayudante, ya que Heriberto José no quiso salir del mar y la playa que estaba al frente y allí se forman unos grupos de muchachos que inventan distintos juegos y como Saúl lo está cuidando, estaba feliz. Jugaba béisbol de playa, jugaba trompo y elevaba papagayos. Mi ahijado Manuel el loco, asumió su lugar y nos acompañó en los 8 días que duramos en Río Caribe, a todas las excursiones que hicimos. Como a las 9:00 AM dimos una vuelta por el pueblo para que Lulú lo conociera todo y después tomamos carretera, pasando primero por Guayaberos, donde se fabrican los fuegos artificiales, seguimos a Churupal, Patucutal y otros pueblitos pequeños y grandes, hasta llegar a Yaguaraparo, que entonces era Municipio y ahora es Distrito, darle una vuelta al pueblo, comer patilla, beber coco tierno y seguir a Irapa, ya entrados en el Golfo de Paria y donde el paisaje es distinto, ya que las casas son de estilo inglés por su influencia de la Isla de Trinidad. Las calles se ven solas porque había un sol reluciente y fuerte. No encontramos nada que ver salvo el puerto, cuyas aguas son amarillas, con pocas olas. Hay otros caseríos llamados Yoco y Soro, con sus siembras de coco y una invasión de palometas, que al menor descuido, dejan caer sus desagradables pelos. Buscando otros ambientes seguimos a Guiria, una ciudad más grande, pero más antipática. Allí buscamos un Restaurant, una posada o sitio para almorzar, ya que eran las dos de la tarde. Nos metimos en el mejor y único Restaurant del Puerto, donde escogí un menú en base a camarones, que allí los traen los barcos pescadores que se asientan en el Puerto Libre. Tuvimos que esperar que prepararan los camarones, incluyendo su descongelación. Al fin comimos unos platos no agradables del todo, bebimos café y nos devolvimos a Río Caribe, viendo en las orillas de la carretera, arbustos florecidos de rosas de diferentes colores y en los árboles grandes de jabillos, guamos y otras especies, unos grandes helechos, que por su altura eran inaccesibles. Como estábamos en tiempos lluviosos, las aguas de los ríos discurrían por las quebradas vecinas. Las casas aparecían cerradas por la lluvia y ya la oscuridad se venía acercando. Regresamos a Río Caribe cargados de frutas, cansados del viaje, pero contentos de admirar los paisajes de la angosta Península de Paria y su exuberante vegetación. El tercer día descansamos en Río Caribe. El mar amaneció radiante, con pocas olas y un azul profundo que permitía ver el fondo. Mi esposa se entusiasmó y decidió bañarse en la playa. Naturalmente, yo la acompañé y cuando el sol brillaba esplendoroso, metimos a la niña al mar y después de tenerla un rato adentro y ella pataleaba de alegría, la hundimos en el mar, de donde emergió asustada y rompió a llorar. Se calló cuando la sacamos y la sentamos en la arena sobre una toalla. Cuando el sol y el baño fueron suficientes, la trajimos a la casa, le sacamos el agua marina con varias totumazos de agua, se secó con toalla nueva y se armó el corral para ponerla en la puerta de la casa para que viera el mar y sintiera las caricias de la brisa marina. Al rato se le dio el tetero que le tocaba, una compota Gerber y la acostamos en su cama cuna protegida con su tapa de malla. Durmió sabroso hasta la tarde. Dejamos a la niña al cuidado de Melba y nosotros regresamos a la playa por unas dos horas más, cuando el hambre nos venció, vinimos a sacarnos el agua y después de vestirnos de sport nos sentamos a la mesa a almorzar. Mamá preparó ese día un sancocho de sierra fresca con sus ruedas, pepino criollo, cola y cabeza, además de bola de plátano, aguacate redondo de San Juan, aceite de castilla y picante criollo. Estaba tan sabroso que repetimos por varias veces, hasta que no pudimos más. Nos lavamos los dientes y a dormir en una hamaca sabrosa que teníamos en el cuarto. El cuarto día, primero salimos para Carúpano, pasando primero por el Caserío de El Morro que, como siempre, se presenta sucio y con olores desagradables. Decidimos seguir a Carúpano, pasando por Puerto Santo. Llegamos al Mercado de Carúpano, recién inaugurando, que presentaba un buen estado. Me impresionó la Sección de Venta de Pescado Fresco, con todas las variedades de pescados locales, pescados grandes y variedades de mariscos y animales de mar que provocaba comérselos. En otra Sección están los pescados fritos que se comen con arepas terminadas de hacer y también otras variedades de comidas que incluyen hervidos de pescado, de carne y de gallina, aguacates y unos batidos de frutas criollas. Todo esto viene acompañado de gritos, cantos, llamados y adornos de flores en los cabellos. En el área adyacente está la Sección de Frutas y Verduras con sus numerosos puestos que compiten en la presentación de los productos. En la parte de atrás de esa Sección hay los puestos de pescado salado y de los pescados frescos de tamaño gigante. Todos los pasillos tienen concesionarios simpáticos, alegres y bien surtidos. Visitar este Mercado es dedicarle tiempo y aprender a vivir con humor y buen carácter. No sigo describiéndolo porque el tiempo se me iría cuando menos quería. En la parte central encuentras las carnicerías, las ventas de chorizo y morcilla, mariscos recién sacados, caracoles, mejillones, chipichipis e intercalados, puestos de venta de ropa, lencería y todo género de mercancía. El Patio Inferior cuenta con la venta y matanza de aves criollas y todo género de verduras y frutas, tanto al mayor como al detal, A la salida se ubican las vendedoras de arepas criollas y peladas, cachapas y meriendas de todo tipo. Visitar al Mercado de Carúpano es revivir el espíritu y renacer la esperanza de perdurar. De Carúpano fuimos a bañarnos en las aguas termales de Poza Azul, con sus distintos pozos de baño, tanques e instalaciones, que con sus aguas cristalinas invitan a sumergirse en sus profundidades. Almorzamos en Poza Cristal y luego regresamos a Río Caribe, pasando por el Rancho que vende cachapas con queso recién hecho. Nos llevamos un poco para la casa y al llegar pasamos directo a dormir. En la noche nos trajeron: turrón de coco, suspiros, dulce de jobo, torrejas y arroz con coco que yo había encargado. Los tres días siguientes los dedicamos al descanso para estar bien cuando saliéramos a la carretera. Fui con mi esposa a la Iglesia y le encantó la disposición de las naves y las imágenes que estaban en su interior. Igualmente quiso conocer el Cementerio y la urna del Santo Sepúlcro que lo mantienen en la casa de Sallito Flores. Alguien le habló de la imagen de Santa Rita y quiso conocerla. En Carúpano compramos la leche de la niña y las compotas que no se conseguían en Rio Caribe. Dediqué el tiempo a hablar largamente con papá, le manifesté mi programa futuro, enfatizando en que me mantendría en mis treces de no inscribirme en ningún partido político y si por eso debía perder el cargo, que no importaba. Le expliqué mi plan sobre proseguir el Bachillerato y emprender luego una carrera universitaria, me alentó al respecto y me recordó sobre el futuro de los hermanos menores. En víspera de mi viaje de regreso preparé las cajas de alimentos que me iba a traer, pero no quise divulgar la fecha de retorno, porque es costumbre en el pueblo, pedir colas para Caracas o preparar cajas y encomiendas para sus familiares. El día siguiente me levanté de madrugada, cargué mis cosas y mis pasajeros y emprendí mi viaje, encomendándome a Dios y la Virgen. Tuvimos un buen recorrido y a las 7:30 de la noche llegué a mi casa, guardé mis cosas, le entregué mi sobrino a Juanita y me acosté a dormir. Mi señora si se quedó un poco más tarde, mientras preparaba los alimentos y las medicinas de la niña y le echaba una limpiadita a la casa, sobre todo al baño, que es su obsesión.

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