Pedro fue un personaje que nació para hacernos disfrutar las delicias de sus helados, que fueron los mejores de Venezuela y quizás del Mundo. Habitaba completamente solo en su casa de la Calle Rivero, desde donde podía ver las esporádicas inundaciones del Río Nivaldo, que se desplazaba fuerte y vigoroso por la fachada lateral de su residencia, arrastrado consigo, restos de sementeras, ranchos y casas de Las Charas y la Llanada, aves, cochinos y hasta burros y mulas que iban a parar a su desembocadura, en la Boca del Río. Siempre tenía a su servicio 4 ó 5 ayudantes que colaboraban con él en la distribución de sus productos. Era un individuo atildado en el vestir, honrado y trabajador. Generalmente, lucía una blusa o liquiliqui, sombrero de fieltro y alpargatas negras siempre limpias. Vivía como un lobo solitario en su casa de la Calle Rivero y por las noches preparaba la mercancía que sacaría a la venta al día siguiente. Su principal elemento de trabajo era una carreta especial cerrada, con dos puertas laterales que abrían hacia arriba. Su horario de trabajo estaba dividido en dos partes: en la mañana ocupaba su tiempo para cargar junto con sus ayudantes, entre quienes recuerdo a Paulino y Benito Bosque, que aún viven, a los moldes de hielo que compraba en la factoría de Tuto Luciani, la cerveza blanca, botellas de Malta y Porter que estaban heladas con los pedazos de hielo que le sobraban en la noche y cerca de las 10.00 AM salía a hacer su ruta para atender la clientela, ya conocida y habitual. Como tenía una voz estentórea y potente, ordenaba a sus ayudantes que se detuvieran en algunos lugares previamente convenidos y gritaba fuerte y claro: !HIELO, HIELO, CERVEZA, MALTA. PORTER, golpeando con le palma de un machete sobre la madera de las puertas. Sus ayudantes repartían los productos, inclusive los trozos de hielo que cortaba con el machete. Seguía por la Calle Rivero y prolongaba su camino por la Avenida Bermúdez, hasta llegar al puerto, donde el producto de venta debía haberse agotado. Regresaba por la misma vía y pasaba cobrandole a los clientes habituales, el monto de sus ventas. Regresaba a su casa, donde almorzaba y luego hacía su siesta.
En las horas de la tarde preparaba sus sabrosos helados en unas sorbeteras rodeadas de hielo y sal marina, ocupándose los ayudantes de hacer girar las manillas para mantener el helado en su temperatura y combinación adecuadas. Comerse una barquilla de Pedro Aliendres era una delicia, sabrosas y con un gusto exquisito, aparte que en su elaboración solo se utilizaban frutas frescas, siendo las variedades de: mantecado, jobito de río, coco, guanabana o catuche, guayaba, níspero y mandarina las mas solicitados, siendo requeridos por una clientela numerosa, de jóvenes, mujeres y niños, sin olvidar los mayores, y fueron la causa de que aún transcurridos los años de su muerte, añoramos esos deliciosos helados, de los cuales no hubo nadie que mantuviera sus fórmulas.Hoy día se me hace agua la boca, recordando sus sabores y lamentando que cuando existían esos helados, no contábamos con suficiente dinero para comprarlos.
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