Como conclusión de la conversación con el Dr. Héctor Valdivieso, acepté los argumentos esgrimidos y las razones de la decisión de baja, invitándome el médico a un almuerzo en el Comedor de Oficiales, donde haríamos un aparte para saludar al Capitán de Fragata Miguel Angel Rodríguez, quien ya estaba enterado tanto de los pormenores de mi caso, como de la solución del mismo y al efecto, mandó al Comandante del Cuerpo de Cadetes, Tte. de Navío José Constantino Seijas, que elaborara un documento donde me participaban la baja de las Fuerzas Armadas y las causas de tal Resolución y otro que era una constancia de los estudios cursados en el Instituto y las calificaciones obtenidas, que me serviría para solicitar la reválida ante el Ministerio de Educación. Asistí al Comedor de Oficiales para el almuerzo para el cual me invitaron- Antes de sentarnos a la mesa, el Cap. Rodríguez tomo la palabra para informar al resto de los Oficiales la decisión tomada en mi caso y señalar los alcances de mi actuación en la Escuela Naval, sobre todo, los triunfos logrados en las competencias de natación y que lamentaba mi baja, dándome la despedida y deseos de triunfo en la vida civil. Para mí fue muy emocionante cuando me entregaron, junto con los oficios, una caja que contenía una gorra de la Escuela, un disco con el Himno, libros y revistas del Instituto, emblemas metálicos y una bonita pluma fuente con el nombre del Plantel. Yo les di las gracias en una breve y nerviosa intervención. Luego nos invitaron a sentarnos a la mesa para ingerir el almuerzo, terminado el cual, todos me dieron la mano y el Director tuvo la deferencia de mandarme a mi casa en un vehículo de la Escuela.
En mi camino de regreso, casi no articulé palabra y solo me dirigí al chofer para indicarle el camino a seguir para llegar a la casa y al llegar a la puerta le di las gracias al chofer e ingresé a la residencia. Cuando mi tía Paela acudió al llamado de la puerta, fue grande su asombro al ver que era yo y por su cara entendí su pensamiento de que venía por largo plazo y que le traería problemas económicos, ya que el único ingreso que se obtenía era el obtenido por el menguado sueldo que devengaba mi hermana Juanita como Jefa de Enfermeras del Hospital de Los Teques. Me vi obligado a esperar a que se calmara, para explicarle la situación y mi decisión de buscar rápidamente un empleo y reorientar mi vida por un camino distinto al que creí era la solución definitiva para la pobreza y desamparo en que vivíamos y por consiguiente, a partir de ese momento comenzaba mi estrategia para lograr un empleo en una Empresa que tuviera porvenir y proseguir mis estudios universitarios, que era la vía para obtener una buena posición e ingresos suficientes para mí y mi familia. Logré calmarla, al igual que a Juanita, cuando llegó del trabajo me acomodé donde pude, me entregó mi tía Paela una camita portátil, tipo catre militar, con 70 centímetros de ancho y ruidos desagradables cada vez que uno se movía, que debía armarse en la noche y desarmarse en la mañana. La luz debía apagarse temprano y usar poco papel cuando se usara el baño. El agua debía usarse con moderación, solo para lavarse la cara y cepillarse la boca. La limpieza íntima debía ser solo lo imprescindible. Colgué mi ropa en ganchos de alambre, pedí que me señalaran donde debía colocar mi camita portátil y a las 9.00 PM me acosté a oscuras para pensar lo que debía hacer para mi futuro. Fui madurando la idea, ya pensada desde que estaba en Río Caribe, de redactar una carta ofreciendo mis servicios a Empresas, Organismos e Instituciones, señalando mi experiencia en la Industria Petrolera, mi pasantía en la Escuela Naval y como yo había fundado un periódico quincenal en Caripito, expresaba mi gran habilidad para redacción de informes, documentos y cartas. Redacté mi carta, la pulí, le acorté los párrafos y la acomodé para que fuera ligera y agradable. Cuando la carta fue de mi agrado, le pedí prestada a mi hermana Juanita una máquina de escribir portátil marca Underwood y como tenía preparada una lista, sacada de la Guía Telefónica, de las Empresas, Organismos e Instituciones a quienes le iba a enviar la correspondencia, comencé a teclear mis benditas cartas, que no imaginé que en lo adelante sería la idea más brillante tomada en mi vida. Al principio mecanografié las cartas en original, pero no podía producir más de 5 ó 6 al día, por lo que me vi obligado a usar el papel carbón, llegando a producir hasta 20 cartas diarias, que firmaba, ensobraba y todas las mañanas llevaba al Correo de Carmelitas, colocándole estampillas de Bs. 0.05 o sea, un centavo de entonces y se las entregaba a una señora que trabajaba en esa oficina, para que las introdujera en los correspondientes apartados. En 3 semanas había enviado más de 60 cartas y ya era amigo de varias empleadas del correo y una de ellas me sugirió que no le pusiera estampillas a las cartas, ya que los apartados estaban ubicados en el mismo nivel y ellas estaban autorizadas para ponerle el sello de exonerado e introducirlas en los apartados que correspondían. Gustosamente les llevaba mi correspondencia y regresaba a la casa para seguir mecanografiando las misivas. Le fui mandando cartas a los Ministerios, a los Bancos, a las Tiendas más nombradas, a los Institutos, a las Empresas más prominentes y no pensaba descansar hasta cubrir todos los que figuraban en mi lista. A las 3 semanas me llegó la primera respuesta, era una Empresa que acusaba recibo y me remitía una planilla para que la llenara y la remitiera de nuevo a la Empresa. Así lo hice y seguí mandando y recibiendo cartas que me daban más esperanzas. La primera respuesta positiva que recibí fue una carta firmada por un señor Vallenilla, dándome una cita para que asistiera a la Oficina de la C.A. Electricidad de Caracas en la Esquina de la Bolsa, para hablar sobre mi oferta. A los tres días, que me parecieron largos, fui a entrevistarme con el Sr. Vallenilla, quien me dijo que realmente, allí no tenían puestos vacantes, pero la carta le agradó tanto al Gerente que le dio orden a Vallenilla para que me ofreciera el cargo de Mensajero y me pusiera a cubrir diferentes Departamentos a objeto de aprender las distintas dependencias de la Empresa. Debía comenzar el lunes siguiente y devengaría un sueldo de Bs. 250.oo mensual. Acepté de inmediato y con esa gran noticia regresé a mi casa para participarle, especialmente a mi tía, que ya tendría mi sueldo, para contribuir con los gastos del hogar.
A mi regreso encontré que el correo me había traído más correspondencia, la mayoría me informaba que por los momentos no tenía cargos vacantes, pero que me tendrían pendiente para cuando se presentara cualquier oportunidad, otros me enviaban planillas de empleo para llenar y anexarle recaudos. Era una situación prevista y no me arredró, sino por el contrario, me animó a seguir escribiendo, al comprobar que mi método era efectivo y me daban respuesta a mi oferta. El miércoles de esa misma semana, cuando esperaba el lunes para incorporarme a la Electricidad de Caracas, recibí una correspondencia del Royal Bank of Canadá, entidad bancaria ubicada en la Esquina de Sociedad, en la cual me llamaban para una entrevista. Como ya tenía una oferta segura y en una Empresa consolidada, no abrigué mucha esperanza, pero por curiosidad concurrí a la citación. Me recibió el Sub Gerente, un canadiense altísimo con anteojos, relativamente joven, quien teniendo a la vista mis documentos, me pregunto sobre diferentes aspectos de los mismos y otros que él consideró necesarios. Yo le di todas las explicaciones del caso y de repente, de manera sorpresiva, me dijo que estaba aceptado como Oficinista, pero con un sueldo modesto de Bs. 400.oo mensuales. Aunque me temblaban las piernas, no me mostré eufórico con la noticia y con su manifestación de que debía presentarme al Banco el día lunes a las 8.00 AM. Otra noticia placentera, y como consideré necesario participarle a la Electricidad de Caracas que no iba a aceptar su oferta, volví a entrevistarme con el señor Vallenilla, a quien sinceramente le manifesté la causa de mi resolución, él entendió la situación y me felicitó sinceramente.
Yo que nunca he bailado, llegue a mi casa dando brincos de alegría y cuando le conté a la familia, que casualmente estaba sentada en el comedor, el logro del empleo, se unieron a mí contento y también gritaron y me felicitaron.
El día lunes madrugué, me bañé y afeité, pulí mis zapatos y empaquetado con mi flux de lino, me dirigí al Banco Royal en la Esquina de Sociedad. El portero me dejó pasar y me sentó en una de las sillas de espera. Me anunció ante el Sub Gerente, quien me mandó a pasar a su Despacho y llamó al Jefe de Servicio, un señor Ramón Cañizales, de porte andino, a quien me presentó y le dijo que yo era el nuevo empleado, que me presentara al personal y me asignara la tarea a realizar. Cañizales me dijo que esperara un poquito y aprovechó el tiempo para decirme la característica de ese Banco, los departamentos que lo componían y la rigidez de la disciplina interna, el horario de trabajo, la seriedad en el trato y además me señaló que el Banco contaba con poco personal, cónsono con las operaciones que realizaba como Empresa filial de la matriz de Canadá. Ya enterado de los pormenores expuestos por Cañizalez, empezamos un recorrido por las distintas dependencias, que solo se separaban por unas barandas bajas. Me presentó a todo el Personal y me llevó al escritorio que tenía asignado y le dijo a la señorita que sería mi jefe y de nombre Alida, que ya quedaba bajo su mando y debía cumplir lo que se establecía para todos los empleados administrativos que ingresaban, que el día siguiente trabajaría con la maquina contadora de dinero. Este era un armatoste, mediante el cual el operador introducía por una tolva la cantidad de dinero que contenía una bolsa y marcaba las porciones que se iban a separar, monedas de Bs. 2.oo, 1.oo y 0.50. La máquina después de un proceso lento y ruinoso, presentaba paquetes de Bs. 20.oo, 50.oo y 10.oo que luego eran entregados al Cajero para que fuera más fácil el pago de cualquier cantidad fraccionada. Igual lo hacía con las monedas de a lochas, que las presentaba en paquetes de 10 unidades, 20 y 50. Después de pocas horas de práctica, era sencillo manejar la bendita máquina, que lo dejaba a uno aturdido por el ruido. Después pasé a realizar el trabajo que me fue señalado y que debía acometer en el futuro. La casa matriz en Canadá o cualquiera de sus Sucursales hacía despachos de mercancía que luego de su transporte llegaban al Puerto o Aeropuerto señalado por el cliente. La documentación era remitida al Banco y para nacionalizarla había que establecer su valor en Venezuela, para lo cual se hacía la conversión de la moneda extranjera a moneda nacional. Tenía una maquinita de calcular que se operaba a mano, corriéndole unas manillas señaladoras del valor y seguidamente se manipulaba con una manilla más grande, que nos daba el resultado en libras esterlinas y peniques, al igual que en bolívares y sus fracciones. Al poco tiempo me convertí en un funcionario múltiple que podía ocupar cualquier posición. Los empleados, hombres y mujeres, me trataban con deferencia y confianza, no siendo raro que me invitaran para algunas fiestas familiares por cumpleaños, bautizos o bodas. Estaba contento, poco a poco me iba equipando de ropa y calzado, sobre todo la que me traía mi Tía Paela de Trinidad, Aruba o Curazao en sus viajes de negocio que realizaba regularmente.
Seguí recibiendo respuestas a mis cartas, con invitaciones a entrevistas, ofertas de trabajo para Caracas y hasta para el Interior, pero ninguna era suficientemente atractivas y las dejaba pendientes para comunicarme con los oferentes en fechas futuras, pero un día me llegó una de un Organismo Público llamado el Banco Obrero, que me llamó la atención y decidí acudir a la entrevista que me establecieron para el lunes de la Semana siguiente. Yo siempre he creído que toda persona tiene un Destino y esa oportunidad que Dios me deparó, estaba señalada en mi sino. Me levanté temprano y sin tomar café, me fui con mi carta de citación hasta el Bloque Nª 1 de El Silencio para entrevistarme con el señor Víctor Rojas Cardozo, Sub Gerente del Dpto., de Inmuebles. Primero llegué a la Puerta Principal, donde me informaron que entrara por la Puerta E que era la de ese Departamento. Toqué la Puerta de esa dependencia y me salió un portero uniformado con una blusa blanca con abotonadura hasta el cuello, una gorra y pantalón gris, Ese portero se llamaba Rafael Morales y posteriormente fue un buen amigo mío, a quien le mostré la citación y me dijo que por primera vez veía que se citara a alguien para un empleo y quien se ocupaba de esos trámites era el Departamento de Personal, pero de todos modos esperara un rato, que al llegar Rojas, él me llevaría a su despacho y además me dijo que ese señor siempre llagaba temprano, por lo no tardaría en llegar. Yo estaba corriendo el riesgo de que por primera vez asistiera tarde al Banco Royal, pero la decisión estaba tomada. Como a los 10 minutos llegó el personaje y Morales me llevó a su presencia. Nos saludamos y enseguida le informé sobre mi aspiración de empleo y de la carta de citación que le entregué. Rojas era una persona decente y asequible, de trato simpático y me dijo que me estaba esperando. Me hizo preguntas sobre mi experiencia y otros tópicos, luego me informó que de momento él aprobaba mi ingreso y me llevo donde el Sr. Rafael María Dolande, Jefe del Dpto. quien después de una conversación informal, también dio el visto bueno. Conversé un rato mas con Rojas quien me contó que mi ingreso era el primer caso de que un solicitante fuera llamado para un empleo y eso se debió a que con el crecimiento del Banco Obrero aumentaban las solicitudes de vivienda y otros trámites, que requerían una respuesta a tiempo y que los aspirantes a cargo no tenían experiencia en la redacción de cartas e informes, debiendo ocuparse él de esa actividad, por lo que fue autorizado por la Dirección para que revisara los expedientes de los solicitantes, que reposaban en el Departamento de Personal y solo encontraron dos personas que llenaran los requisitos exigidos, un cubano y yo. Naturalmente, él escogió el criollo y me llamaron a mí. Por último me informó que el único problema era que el sueldo era de Bs. 608.oo mensual, con la calificación de Oficinista III un poco bajo, pero que había en la Institución posibilidades de ascender pronto, de acuerdo con el rendimiento. No dejé trascender mi alegría y acepté el cargo, debiendo incorporarme en dos días, ya que se necesitaba poner al día el trabajo pendiente. Como a las diez de la mañana salí de las oficinas, muy contento y me dirigí al Banco Royal para presentar mi renuncia ante el Sub Gerente. Cuando redacté la carta a mano y me presenté donde él, no le agradó la noticia y me dijo que no podía aceptar la renuncia, porque de acuerdo con la Ley, yo tenía que darle 15 días de preaviso para buscar un reemplazante. Le alegué muchas razones, que no acepto, inclusive el descuento de esos 15 días de mis prestaciones, pero seguía reacio a mi petición. De repente, se me prendió el bombillo y le dije que yo tenía una hermana mucho más preparada que yo y que si el quería se la podía traer el día siguiente. Efectivamente, llamé a Chela, mi hermana, que estaba trabajando en la Mueblería Lombao de la Plaza Sucre, devengando el miserable sueldo de Bs. 200.oo y la preparé para la entrevista con el Sub Gerente y el día siguiente la llevé al Banco Royal, donde Chela se desenvolvió maravillosamente ante las distintas preguntas del ejecutivo, quien de inmediato la aceptó y me dejó libre del compromiso del Preaviso.
De acuerdo con lo convenido con Víctor Rojas, me presenté a los dos días en el Banco Obrero, donde juré ante la Biblia la obligación que asumía y en seguida Rojas llamó al Sr. Humberto Briceño, un trujillano ceremonioso y embutido de un halo religioso, quien ocupaba el cargo de Jefe de Servicio y después de conocerme, me llevó a la Oficina de Solicitantes de Vivienda, en donde prestaría servicios de allí en adelante. Eso fue el día 4 de Enero de 1.950. Contaba para entonces con 20 años, me sentía bien de salud, pesaba 94 kilos y estaba en un proceso de asentamiento de talla, después de haber subido de peso alarmantemente en el período de reposo y sobrealimentación a que fui sometido a raíz del malestar pulmonar que me aquejó. Estaba programando la solicitud de reválida de mis calificaciones, para seguir estudios de bachillerato.
La población de Caracas estaba creciendo en forma exponencial. Llegaba gente del interior del País y y de las Repúblicas vecinas así como de algunos países europeas, no solo la emigración organizada y propiciada por la Nación para sus desarrollos agrícolas y pecuarios, sino también por la emigración voluntaria. Desde el golpe militar del 24 de Noviembre de 1.948 el País estaba gobernado por una Junta de Gobierno presidida por el Tcnel. Carlos Delgado Chalbaud y acompañado por los Tcnel. Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Este gobierno tuvo a su favor que aumentó la producción petrolera y por ende los ingresos por impuestos, regalías y nuevas concesiones, lo cual le permitió acometer obras públicas importantes, incrementar el gasto público y el poder de compra de la población. Caracas era el polo de atracción y el comercio y la industria tuvieron un repunte. En el casco central de la ciudad, desaparecían las casas antiguas, siendo reemplazadas por edificios, unos de baja altura y otros elevados. La clase pudiente se trasladó a las nuevas urbanizaciones lujosas del Este de la ciudad y la clase media se acomodó en otros sectores periféricos. Se construían simultáneamente o con intervalos cortos, las Avenidas: URDANETA, desde Miraflores hasta San Bernardino, NUEVA GRANADA , desde Roca Tarpeya a La Bandera, VICTORIA, desde Roca Tarpeya hasta Los Chaguaramos, SUCRE, desde El Silencio hasta la Plaza de Catia. SAN MARTIN, desde El Silencio hasta Bella Vista, FUERZAS ARMADAS, desde Roca Tarpeya hasta la entrada a Cotiza, BOLIVAR desde El Silencio hasta el Jardín Botánico, ROOSEVELT, desde la Nueva Granada hasta la Universidad Central, BARALT, desde Quinta Crespo hasta la Corte Suprema. AUTOPISTA EL VALLE, desde Santa Mónica a Coche, FRANCISCO DE MIRANDA, desde San Bernardino hasta Petare y así un conjunto de nuevas vías, que ameritaron, desde la demolición de inmuebles, como la dotación de servicios esenciales de agua, iluminación, drenajes y eliminación de excretas.
Aparte de las vías de comunicaciones, el Gobierno Nacional ejecutaba obras costosas e importantes tales como: la autopista Caracas-La Guaira, con sus dos túneles y tres viaductos, que para entonces fue un alarde de ingeniería, la Ciudad Universitaria, que albergaba las diferentes Escuelas de Ingeniería, Medicina, Arquitectura, Odontología, Ciencias, Economía, Enfermería y la Escuela Técnica Industrial, que tenía inclusive residencias de estudiantes, el Jardín Botánico, que fue creado con buen gusto y profesionalismo, sembrando en sus terrenos las diferentes especies de árboles del País y nos asombra que aún pasado el tiempo, que la población desconoce su existencia. A pesar del tiempo transcurrido, aún contamos con sus Estadios de Beisbol y Futbol, así como su Gimnasio Cubierto. El Hospital Universitario por sí solo representa la magnitud de esa obra. Era y todavía es, un Centro Médico de Primera categoría, con sus especialidades médicas de Cardiología, Ginecología y Medicina Nuclear, entre otras, era reconocido mundialmente. El Aula Magna, el Edificio del Rectorado, sus jardines y arboledas, los pasillos y Estacionamientos eran un oasis en aquel desierto en el cual vivían los estudiantes. El Comedor Universitario con el costo de Bs. 2.oo por comida completa, era y es inigualable. El caudal de estudiantes universitarios aumentó considerablemente. Otras obras grandes ejecutadas o en ejecución eran, el Puerto de La Guaira, la Siderúrgica del Orinoco, las Tres Represas y Plantas de Energía en Guayana, la Avda. Soublette del Litoral, los Hoteles de la Cumanagoto, la Colonia Vacacional de Los Caracas, el Nuevo Aeropuerto de Maiquetía, el Centro Simón Bolívar, con sus dos edificios bajos y sus dos torres elevadas y sótanos comerciales, Todo como Primera Parte de una obra monumental que contemplaba la construcción de un complejo residencial, comercial y recreativo que unía el Centro con el Parque Central, las Escuelas Militar y Fuerzas Armadas de Cooperación, los Hospitales de Coche, Catia y Pérez De León de Petare, el Círculo Militar, el Hospital Militar, la nueva Escuela Naval, la Biblioteca Nacional, la Plaza Caracas, el Hospital de Niños, el Cuerpo de Bomberos, la Casa Sindical de El Paraíso.
Todas estas obras, mas las emprendidas por la Empresa Privada, destacando entre ellas a El Helicoide, las Tiendas de Sears, los Supermercados Cada, las Tiendas y Plantas del Grupo Mendoza, los Hoteles Tamanaco, Potomac, Ávila, Windsor, Cruz Roja, Ortopédico Infantil, Sanatrix, La Floresta, Centro Médico, Creole de Venezuela, Shell, Venezuela Atlántica y numerosas otras que se realizaban en Caracas, daba trabajo al personal obrero no especializado, que era atraído hasta la ciudad.
La clase media, alta y baja, lograba resolver su problema de vivienda con la compra o alquiler de los apartamentos que se producían, pero la clase intermedia y la obrera no encontraba ninguna oferta tangible, salvo en las casas de vecindad, que proliferaban en todas las parroquias, las pensiones y cuartos de alquiler que se conseguían por la prensa o en las administraciones de inmuebles que escribían sus ofertas en pizarrones que colocaban en las puertas. Cuando se agotaban esas posibilidades, no les quedaba más recurso que asaltar cualquier cerro de las cercanías y levantar un rancho de cartón y zinc, conectarse al poste más cercano para tener la luz eléctrica e iniciar una vida miserable, que al poco tiempo iba orillando a sus hijos a incorporarse en una banda de hampones, que los acercaba al crimen, el robo, el hamponato y la droga. El Estado atendía tímidamente a esa población, hasta que se vio obligado a buscar la forma de ayudarla.
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