El avión donde vine, voló directamente a Maiquetía, donde aterrizó a las 11.00 AM. Conseguí un puesto en un carrito que subía a Caracas y éramos 5 pasajeros por lo que cobró Bs. 6.oo a cada uno, nos dejó en El Silencio y enseguida empezó a cargar para bajar de nuevo al Aeropuerto. Con mi maleta y una cajita de cartón busqué un autobús para Catia en Caño Amarillo, hice una pequeña cola y un cuarto de hora después salimos para Catia y cuando llegamos al Cine Variedades en Agua Salud, toqué el timbre de Parada, descendí con mis aperos y caminé unos 50 metros hasta llegar a mi casa
Encontré sola a mi tía Paela en la casa, quien me recibió con mucha alegría a la vez que preocupación sobre mi enfermedad y la ostensible gordura que presentaba. Nos sentamos a conversar generalidades, a contestar sus preguntas sobre la salud de mis padres y los compromisos que asumieron para mi sobrealimentación y otros gastos. Le contesté lo mas pertinente y a mi vez le pregunté sobre los tópicos más resaltantes de Juanita, Aura y Chela. Le informé que el día lunes 3 de Septiembre me reincorporaría a la Escuela Naval y la mantendría informada sobre los resultados. Me pidió que le firmara un Poder General ante una Notaría para poder vender la casita, que ya tenía comprometida con una señora de Carúpano, quien ya le había entregado una cantidad de bolívares como adelanto y ella había negociado una quinta más grande en la Avenida Principal de Los Magallanes de Catia, ya que la familia ya no cabía en la casita. Quedamos de acuerdo en todo, subí a cambiarme de ropa en la habitación que se había improvisado en la platabanda, con paredes de cartón piedra y techo de zinc y que ocupaban dos de mis hermanas menores. Al rato bajé a almorzar y luego salí a dar una vuelta por el vecindario.
Observé que en las calles de Caracas se veía una mayor cantidad de gente, que cada día se perdían algunas costumbres ancestrales, como son, el uso del sombrero y el paltó en los hombres y bastantes mujeres usando pantalones.
Los autobuses transportan más pasajeros, las cosas valían más, aumentaban los mercados populares, el ferrocarril Caracas La Guaira, que pasa por la quebrada cercana a mi casa, por debajo del Puente Diego de Lozada, disminuyó su frecuencia, los carros tirados por burros o mulos que primero vendían carbón y con el tiempo se pasaron a vender kerosén, transitan en mayor cantidad, al igual que los carritos de los isleños que vendían frutas y verduras, cambiaron a camioncitos con toldos, quedaban los panaderos y lecheros en bicicletas. El hecho de estar más de un año alejado de Caracas, me permitió notar los cambios sufridos y vislumbrar el venidero crecimiento.
El día lunes 3 de Septiembre de 1.949 agarré mi autobús para La Guaira, llevando conmigo la célebre maletica con mis enseres y me bajé en la Placita de Lourdes en Maiquetía y bajé a la Escuela Naval por la Calle Los Baños. Eran como las 10.00 de la mañana y el Dr. Valdivieso estaba en Consulta en la Enfermería. Venían compañeros a saludarme, expresando su alegría por mi regreso. Esperé que el Dr. Valdivieso Montaño terminara la consulta y me atendiera. Esta vez me saludó con respeto y deferencia. Le entregué el Informe del Médico carupanero y lo leyó con atención. Me hizo un examen visual, esperó unos dos minutos y comenzó a detallar la enfermedad que había tenido, lo frágil de la cura y la posibilidad de la recaída cuando el paciente realiza ejercicios violentos. Que si yo estuviera cursando años más adelantados, como fue el caso de nuestro paisano Jesús Teodoro Molina, que presentó un cuadro muy similar al mío, el no tuvo problema en permitirle el reingreso, ya que él era Guardiamarina y solo le faltaban dos meses para egresar como Alférez de Navío. En cambio yo, tenía que reingresar para cursar el Primer Año y me faltaría entonces 5 años para egresar, pasando por la dura disciplina que debía cumplir en ese lapso. Que él me aconsejaba aceptar mi regreso definitivo, incursionar en otro campo, seguir una carrera universitaria y orientar mi vida. Le alegué que yo me sentía bien y estaba dispuesto a correr el riesgo que me señalaba y a los exámenes físicos que él me ordenaba.
Pacientemente siguió conversando conmigo, insistiendo en su teoría y yo me vi obligado a pensar concienzudamente en mi situación y convenir que el médico tenía gran parte de razón. Me calmé un poco y acepté su invitación a almorzar con él en el Comedor de Oficiales, donde haríamos un aparte para que saludara al Cap., de Fgta. Miguel Rodríguez, Director de la Escuela y revisáramos mi caso. El Cap. Rodríguez estuvo de acuerdo con la opinión del médico.
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