Comenzando el año 1.952 volvimos a nuestra oficina de Coche para terminar en el más breve plazo, el proceso de Negociaciones por las viviendas. Hasta ese momento, se habían tramitado las adjudicaciones de un 85 % de las casas y los apartamentos estaban todavía en proceso de remate de la construcción.
La Oficina Central me apuraba para que asumiera la jefatura de la adjudicación de los apartamentos de la Urb. “Francisco de Miranda” (Casalta) y de la Urb. “San Martín”, frente a la Maternidad Concepción Palacios.
El Banco Obrero había contratado personal adicional, cónsono con su crecimiento y tuvo que irse adaptando a las modernas normas de construcción, administrativas y legales. En Venezuela no existía una Ley que regulara la venta de apartamentos y tenía que acogerse, cuando se podía, al Código Civil y por ello, la Junta Administradora del Banco Obrero encargó a dos prominentes abogados encabezados por el Dr. J. J. Faría De Lima, para que hiciera un estudio de las diferentes Leyes existentes en el mundo sobre esa materia y propusiera el modelo a someter ante el Congreso Nacional. No era fácil estudiar a fondo esos documentos en breve plazo y preparar un modelo de Ley que fuera aplicable a nuestras viviendas, dado el carácter eminentemente social que se aplica en su programación. En efecto, el Banco Obrero desde su creación construía viviendas unifamiliares o concedía créditos para la construcción y para ambos casos, se garantizaban las operaciones, mediante documentos debidamente registrados, pero cuando edificó viviendas multifamiliares, se encontró con el problema de que no podía vender los apartamentos, porque no había una Ley para ello y entonces tenía que adjudicar los apartamentos en arrendamiento simple, debiendo cargar con el costo de los servicios. Ya para el año 1.948, cuando el Banco Obrero cumplió 18 años de actividades, tenía, en Caracas, además de El Silencio, que ya mostraba signos de ser oneroso para su mantenimiento y conservación, a las Urbanizaciones de Apartamentos: Los Rosales, El Prado de María, Pariata, Bella Vista y varios Edificios dispersos en varios sitios de Caracas.
La situación era más grave en los Edificios construidos por la Empresa Privada en todas las parroquias de Caracas, que al no poder vender, tenían que alquilar sus inmuebles. No se notaba la pérdida de los propietarios, al vivir el País una relativa estabilidad monetaria y la inflación era baja, además de cargar a los inquilinos parte de los gastos de administración y servicios.
Poco a poco la iniciativa privada iba sustituyendo las viejas casas coloniales, las casas de vecindad, las pensiones de mala muerte y los espacios vacíos en el Área Metropolitana, por edificios de 3, 4 ó 6 pisos, dándole a la Capital un nuevo y creciente aspecto de comunidad urbana. Las nuevas urbanizaciones proliferaron en las zonas del Este de la Ciudad, obligando al Gobierno Nacional a trabajar urgentemente en el suministro de agua potable y la eliminación de excretas, así como la Empresa Electricidad de Caracas a incrementar el suministro de energía.
La Comisión designada para estudiar la creación de una Ley para la venta de apartamentos, no pudo presentar su proyecto definitivo sino unas normas para ese fin, denominada “Ley de Venta de Apartamentos”, que evidentemente tenía un carácter provisorio y así fue aprobado por el Congreso Nacional, quedando ese Organismo encargado de redactar una verdadera Ley de Propiedad Horizontal que finalmente fue redactada, debatida y finalmente aprobada en el año 1.969.
La “Ley de Venta de Apartamentos” vino a llenar el vacío y significó un incentivo a la construcción privada y sirvió de base para que el Banco Obrero abandonara la política de arrendamiento de sus viviendas y en su lugar se adjudicaran los apartamentos en negociación de venta a plazos, dejando el compromiso de pago de los servicios a cargo de los compradores, pero inicialmente no pudieron adoptarse algunas medidas, por lo novedoso de la Ley. Las primeras viviendas que fueron negociadas bajo este régimen fueron los 780 apartamentos de la Urb. “Francisco de Miranda,” los 525 de la Urb. San Martín y los 416 de la Urb. “Delgado Chalbaud”, nuevo nombre de la Urb. Coche.
La Urb. “El Silencio” que consta de 845 apartamentos, distribuidos así: 162 de 2 habitaciones, 429 de 3 habitaciones y 254 de 4 habitaciones, más 400 locales comerciales, significaron un paso tan avanzado, que su administración ameritaba una permanente toma de decisiones sobre una materia donde no habían precedentes. Para adjudicar los apartamentos hubo necesidad de designar una Comisión de notables para escoger los arrendatarios definitivos, dentro de un universo de más de 6.000 solicitantes, que comprendían a profesionales jóvenes, ejecutivos medios, periodistas, comerciantes, vendedores, militares de baja graduación, empleados, profesores y en general, familias de clase media baja. Como quiera que se estableció el disfrute para familias de ingresos limitados, se fijó un ingreso familiar máximo per cápita, inferior a Bs. 250.oo mensual y si después de mudado lograban ingresos superiores a ese límite, tenían que desocupar el inmueble. Eso ameritaba una inspección permanente y la realización de informes sociales y en muchos casos, la intervención de la Consultoría Jurídica.
También se efectuaba un control sobre la cocina con que fue dotado el apartamento y la colocación de cuadros en las paredes que solo podía hacerlo el funcionario del Banco Obrero. Se controlaba igualmente la producción de ruidos molestos y el celo por el mantenimiento de jardines y pasillos, así como el uso de patines y bicicletas en los pasillos.
Mantenía el Banco Obrero en sus Urbanizaciones un cuerpo de vigilantes civiles desarmados que cuidaban las 24 horas todas las dependencias y cualquier contravención era tramitada ante los Organismos Policiales. Para la limpieza de pasillos contaban con obreros rasos y para el mantenimiento de jardines tenían a su servicio unos obreros especializados. Para la parte administrativa cada Urbanización estaba dividida en zonas y cada zona contaba con un Superintendente responsable del personal obrero y del funcionamiento de toda la Urbanización, reportando directamente a la oficina respectiva del Departamento de Inmuebles.
Los locales comerciales eran arrendados por un tiempo máximo de seis meses renovables, a voluntad de las partes y a cada vencimiento se revisaba el canon de arrendamiento. Nuestro Departamento era celoso en el cumplimiento de las normas establecidas y los comerciantes, que eran temerosos de la Ley, se cuidaban de contravenir cualquier disposición establecida en el contrato de arrendamiento.
En la parte administrativa, el Instituto se regía por métodos ancestrales. La Contabilidad era llevada a mano, el sistema de cobranzas era domiciliario y los recibos se elaboraban manualmente, agregándole copias al carbón. Los controles de ingresos eran rudimentarios e igualmente los inventarios. Por eso, desde la administración del Ing. Pedro Emilio Herrera, se contrataron estudios de empresas especializadas, para incorporar nuevos sistemas para las distintas actividades. Importante papel jugó en ese estudio, la Empresa norteamericana IBM, que estaba cumpliendo por entonces, igual rol en la Industria Petrolera.
El control de las Urbanizaciones y de los inmuebles que las integraban, se realizaba mediante largos listados con columnas donde se vaciaban las distintas características. No había completa seguridad de que todos los inmuebles estaban señalados en esos listados. Por esa razón, se designó una comisión de 4 funcionarios, comandada por mí, para que armado de los planos de cada urbanización, verificara en sitio, la existencia del inmueble, su dirección correcta, nombre del propietario u ocupante, su situación legal y la respectiva solvencia. Se escogió para iniciar el Censo la Urbanización Montecristo en Los Chorros, por ser una comunidad pequeña y de fácil comprobación. La Empresa IBM trajo unas maquinas y se ubicaron en un salón especial, ya que necesitaba frío y un personal especializado, dirigido por un Técnico Portorriqueño. Con los datos obtenidos en el Censo y verificados con los expedientes del Archivo, se fueron perforando tarjetas y en las primeras pruebas se evidenció la diferencia. La Comisión siguió en su trabajo, levantando nuevos censos en todas sus urbanizaciones, siguiendo mi asesoramiento, hasta completar con las Urbanizaciones de Caracas, para luego seguir con las Urbanizaciones del Interior del País.
En cuanto al Departamento Técnico, cuya Oficina de Arquitectura era dirigida por el famoso Arquitecto, Carlos Raúl Villanueva, tuvo que reorganizarse, porque las necesidades de vivienda en todo el País eran de dimensiones mayores y el Gobierno Nacional pensaba entonces en construcciones masivas y conjuntos de viviendas multifamiliares, que permitieran erradicar los ranchos. Esa idea comprendía también la atención de las Capitales del Interior. Muchos proyectos hubo que contratarlos con Empresas de Arquitectos.
Todos estos cambios y otros que se efectuaron posteriormente, le dieron al Instituto una dimensión enorme y yo fui protagonista de ese crecimiento. El personal aumentó, con mayor proporción de mujeres, muchas bonitas y casaderas, que se incorporaban a las actividades sociales del nuevo Club de Empleados, que con frecuencia organizaba fiestas de tronío con 2 y hasta tres orquestas. Los jóvenes solteros éramos asediados por las aspirantes a matrimonio y no eran raros los enamoramientos, la mayoría sin cristalizar en compromisos serios. Yo viví esos devaneos.
Ya en el año 1.952 yo tenía 22 años cumplidos y haciendo un análisis retrospectivo, no tenía ninguna fortuna ni hogar y podía tener la posibilidad de lograr una buena casa en Coche, pero mi problema era que no tenía un grupo familiar consolidado, pero podía demostrar que mi grupo familiar, compuesto por papá y mamá, mas 5 hermanos, eran reales aunque no vivieran conmigo. Mientras más lo pensaba, más me agradaba esa posibilidad. Hice la solicitud y hablé con mi Jefe planteándole el caso y me la aprobó de inmediato. Ya tenía vista una casa de esquina con un terreno anexo, que había quedado disponible al desistir el adjudicatario, que quedaba medio escondida y permitía disimular la ausencia del grupo familiar. Hablé con la Caja de Ahorros del Personal para que me prestaran la cuota inicial que era de Bs. 6.000.oo, pero mi sueldo mensual de Bs. 1.140.oo era insuficiente para asumir el compromiso de pago de la cuota de la casa y el préstamo simultáneamente, pero como todos los directivos eran amigos míos, nos sentamos a buscar una solución. La primera era pedir a la Junta Administradora del Banco Obrero que me aceptaran en lugar de los Bs. 6.000.oo, una cuota inicial equivalente al 10 % del valor de la casa, que era de Bs. 36.000.oo. Mi proposición fue aceptada y entonces la Caja me permitió un retiro de haberes por Bs. 1.600.oo y un préstamo por Bs. 2.000.oo. Hice todo mi trámite, me mudé a mi casa, acompañado solo por mi hermano Cheché. Estaba contento porque por fin tenía algo. Los fines de semana me levantaba temprano para ir dándole configuración al terreno anexo para convertirlo en jardín. Antes estuve más de un mes limpiando el interior de la casa a punta de escoba y mopa, ayudado por mi hermano, cortando el monte y recogiendo escombros dejados por la constructora, Me compré fiada una cama con su colchón y una cocina a kerosén Perfección de 4 hornillas y una nevera pequeña también fiado en el negocio de Antonio Cova en El Silencio. Debía hasta el modo de caminar, pero era propietario de mi casa. Al levantarme ponía a hacer mi café en mi Perfección, y luego sacaba de la nevera el queso, el jamón y el salchichón, para hacer con el pan que me traía el portugués, tremendo sándwich, tanto para mí como para Cheche. Así estábamos pasando el tiempo, sin poderme mover mucho porque no tenía plata, sino deudas.
Algunas familias ya mudadas en casas de la cercanía, me sorprendían trayéndome en las mañanas, café y arepas rellenas para el desayuno, no faltando invitaciones para almuerzo o cenas en los fines de semana. Poco a poco fui equipando mi casa, comprando ollas, platos, tazas y cubiertos. También toallas, sabanas, manteles, almohadas y algunas lámparas para sustituir los cables con bombillos que tenía en casi todos los ambientes. Compré una mesita con 4 sillas que me serviría de comedor. Todo iba bien, menos el problema del transporte, que se me volvía problemático cuando había lluvia y tenía que bajar o subir una distancia larga para tomar el autobús. No vi otra solución que procurar comprarme un carrito usado, que me sirviera para ir y venir, además de escape para visitar a los familiares y amigos, pero confrontaba el eterno problema de la escasez de dinero, aparte que mis fuentes de financiamiento estaban copadas, pero me acordé que me quedaba una y era que mi amigo, el Negro Figueroa estaba en el Banco de Comercio y por su intermedio, podía conseguir un pagaré con fiador por un monto suficiente para la adquisición. Hablé con el Negro sobre la posibilidad y me dijo que sí, siempre y cuando el fiador fuera solvente. Entonces me puse a revisar las ofertas y la mejor que conseguí fue un carro Mercuri del año 1.949, con placa de alquiler y que luego de regatear, me lo dejaron en Bs. 4.500.oo, pudiendo vender la placa de alquiler por Bs. 500.oo. . Hice mi negocio, vendí la placa, compré dos cauchos, le cambié bujías y con un pote de pulitura y estopa, me llevé a dos primos míos a Los Caobos y allá nos pusimos, a la sombra de los árboles, a pulir el viejo carro. Yo no sabía que ese trabajo de pulitura se hacía por áreas pequeñas y mientras los muchachos sacaban brillo con la estopa, yo iba cubriendo toda la superficie, pero llegó un momento que yo iba muy adelante de ellos y poco a poco se fue endureciendo la cera, hasta que no pudimos sacarla y debimos llevar el carro a un taller para que, con cepillo eléctrico, lograran sacarle el pegoste de cera. Eso me llevó dos días y tener que buscar nuevo préstamo para pagarle al taller.
Cuando uno es joven, no le teme a los desafíos y yo me veía como un gladiador que estaba librando mi batalla. Ya tenía mi casa media equipada y mi carro, que podía llevarme donde quisiera. Solo me preocupaba que iba pasando el tiempo y yo no estaba estudiando en un liceo o una universidad, como era mi promesa interna, pero los liceos privados eran caros para mis ingresos y vivía posponiendo le fecha para iniciar los estudios.
Era Abril de 1.952 y tenía 22 años ya cumplidos y próximos a llegar a los 23. Ya habíamos terminado el trabajo en la oficina de Coche y seguíamos en trabajos diversos en la Oficina Central. En una reorganización del Departamento, pasé a ocupar un nuevo cargo llamado Jefe de Sección de Boletines y Contratos, con un sueldo de Bs. 1.410.oo y responsabilidades varias en todo el funcionamiento del Departamento. Fui incluido en una plancha de la Caja de Ahorros y resulté electo Vocal de la Junta Directiva. Sentimentalmente estaba vinculado con una o dos muchachas que tomando el asunto en broma, teníamos acercamientos sin importancia, aunque algunas hablaban de que era hora de hablar con los padres, pero yo le sacaba al cuerpo a tal perspectiva, debido a que en la situación económica en que estaba, no podía asumir ningún compromiso. Claro que eso era un secreto que yo no divulgaba y me hacía el loco.
Entre las amistades, la Familia González Flores, quienes me invitaron la Semana Santa a un viaje a Higuerote, en el cual gocé bastante, no dejé de advertir que había una sobrina y ahijada de Lastenia, que la familia concebía que era la ideal para mi, visto la mutua simpatía que hubo en el viaje y las largas horas de conversación que sosteníamos, por lo cual me llamaban por teléfono para que fuera a visitarlas y a comer los dulces que tanto me gustaban.
En los Magallanes, donde vivía antes con mi tía Paela, había varias muchachas que visitaban la casa en su condición de amigas de mis hermanas y dos de ellas tenían la ilusión de que con el tiempo pudieran lograr una conquista y posterior matrimonio.
La Secretaria del Jefe del Departamento era una señora muy simpática, casada con un compañero de oficina y por el tiempo que teníamos conociéndonos, había cierta confianza, dentro del debido respeto. Ella tenía una hermana, que trabajaba en una Empresa Comercial y con frecuencia visitaba a su hermana en nuestra oficina. Con el tiempo, logró un cargo en el Banco Obrero y en su condición de familiar de la secretaria, hubo un acercamiento y como ella vivía en Coche y yo también, le daba la cola en la mañana y en la tarde. Con los motivos reales o inventados me invitaban a su casa en la noche, bien sea para conversar con su mamá que era una señora muy agradable o para oír unas sesiones de música que daba su padre cuando venía de Barquisimeto y convocaba a sus amigos músicos para interpretar viejas composiciones o estrenar nuevas obras logradas en su condición de Director de la Orquesta Sinfónica de Barquisimeto. Entre ellas oí como primicia a la luego fue popular canción “Como llora una estrella”. Otras veces me convidaban a visitar a las hermanas, casadas con dos artistas reconocidos en el País, donde departíamos por largo tiempo y viendo ese encuentro frecuente, muchos pensaron que mi destino estaba ligado a esta agradable compañera.
Para Abril 1.952, ya mi hermana Juanita estaba embarazada y toda la familia estaba contenta por la posibilidad de crecimiento. Chela, a quien yo dejé en mi cargo en el Royal Bank of Canadá, estaba consolidada en esa Institución. Con su carácter extrovertido, se hizo amiga de todo el personal, incluyendo a los canadienses y había logrado incorporar a mi otra hermana Aura, que ya graduada de Químico Industrial no encontró cupo en su carrera y prefirió emplearse en el Banco. Igualmente ingresaron al Banco Royal, en épocas diversas, mis primos Emira, Carlos y Manuel Marcano, al igual que mi hermano Ángel José, por poco tiempo.
Aura se casó con un compañero de trabajo, con un cargo ejecutivo, mi prima Emira se casó con otro compañero de trabajo y mi otro primo Manuel Marcano se casó con una canadiense, también del Banco.
Entretanto, mi hermana Chela se enamoró de un empleado del Banco Agrícola y Pecuario y también se casaron en fechas cercanas.
Ya con mi carro, mi casa, la cercanía al Club Social, la cantidad de amigos y familiares, contribuían a hacerme la vida más llevadera y hasta agradable Cenaba regularmente en el Club, donde me permitían pagar con vales, que rescataba cada quincena. Con mis amigos y compañeros jugaba mis partidas de dominó y trataba de aprender a jugar billar, pero en ninguno de los dos pude descollar, siendo en ambos un jugador de tercera categoría que siempre perdía y los compañeros me sacaban el cuerpo.
Como el ambiente del Club Social era muy agradable, con sus jardines de árboles añosos, técnicamente recuperados y mantenidos permanentemente, al igual que las áreas de grama, parques infantiles, salas de juego de damas, instalaciones de piscina, baños de damas y de caballeros, un buen servicio de restaurant con precios módicos, contribuían a que los socios acudieran con regularidad a sus salones. Por supuesto, que la gente joven aprovechaba la buena música para bailar en una de las dos pistas exteriores que funcionaban en las áreas recreativas. El respeto y buen comportamiento era exigido con todo rigor y cualquier falta en ese sentido, era penado con la expulsión del Club y con un gobierno dictatorial que nos regía, llegaba hasta el despido del cargo que ocupara en el Banco Obrero. Ese castigo era extensible hasta los invitados de los socios.
Estando ya instalado en mi casa, la vivienda vecina quedó disponible y fue adjudicada a una familia tachirense, que de primera mano, me pareció muy decente, educada y respetable, sobre todo la persona mayor, responsable de la casa. Cuando la titular de la adjudicación, una señorita joven, alta, delgada y con porte distinguido, concurrió a mi oficina para regularizar la negociación, se comportó altiva, lejana, seca y pretenciosa. No le impresionó nada que le dijera que íbamos a ser vecinos y que yo estaba a la orden para cualquier cosa que necesitara. Eso fue todo, yo seguí mi rutina de levantarme tarde los fines de semana y días de fiesta y luego de tomar café, me sentaba en el porche de mi casa a leer la prensa, sentado en un mecedor. Como a los 15 días de haberle dado la orden para retirar la llave, sentí ruido en la Vereda y me asomé a ver qué pasaba y alcancé a ver a la familia vecina que se estaba mudando. Me senté en mi porche para mirar el traslado de muebles y conocer de lejos a los miembros de la familia. Estaba una señorita joven, muy simpática, que hablaba en voz alta y se reía con frecuencia, una señora mayor que se notaba su don de mando y jefa del hogar, un joven que caminaba con dificultad, una señora gorda con su hija con pelo amarillo y la señorita titular de la negociación que se mantenía con su actitud lejana. Aunque me daban ganas de ayudarlas en la mudanza, me abstuve de hacerlo para que no creyeran que yo trataba de inmiscuirme. Terminó la mudanza y yo me fui para la calle y me olvidé del asunto.
El día siguiente, que era domingo, me fui para Los Magallanes para almorzar en la casa de mi tía Paela y conversar un rato con la familia. Algo se habló sobre la posibilidad de que Juanita y su esposo se mudaran conmigo. Regresé en la tarde a mi casa y me dormí temprano.
Como quiera que yo me trasladara solo en mi carro a mi oficina en la mañana, había 3 vecinos que aprovechaban el chance y se venían conmigo como compañía y gozábamos un puyero con los cuentos del día.
La joven mayor era trabajadora social y trabajaba en el Ministerio de Sanidad y la otra trabajaba en el Ministerio de Comunicaciones. La primera era simpática y extrovertida. Diariamente se trasladaban en la mañana a sus respectivas oficinas, en horas muy tempranas, bajando hasta la Avenida con sol y con lluvia a tomar el autobús. En algunas oportunidades las invité a que se vinieran conmigo, pero me eludían la invitación, dado su carácter retraído y penoso.
Se hizo habitual que pasara por la compañera de oficina y los pasajeros le dejaban el sitio a mi lado en el asiento delantero. Tanto ella como su hermana menor, se sentían con cierto derecho en el uso del vehículo y eso a mí no me importaba.
La vecina, quien ya me saludaba displicentemente, siguiendo el ejemplo de su hermana y la jefa de la casa, en algunas ocasiones me aceptaba la invitación para que se fuera conmigo hasta el centro y ya yo notaba cierta empatía de mi parte hacia ella.
Ya en Mayo 1.952, mi hermana Juanita se sentía sola en Casalta y como el embarazo le cayó muy mal y ante el hecho de que yo estaba solo en la casa, me propuso mudarse conmigo y ante mi propia soledad, acepté su petición y en la semana siguiente se mudaron Juanita y su marido, mas la suegra y ya sentí el calor de hogar. La compañera de trabajo, que se sentía segura en su relación conmigo, veía que sus fronteras eran vulneradas y apretó sus acciones para defender lo aparentemente conseguido y yo me iba acercando hacia la vecina, ya que cada vez le admiraba su educación y decencia en el trato. Me atrevía hasta visitar la casa y sostener conversaciones con la Jefa del Hogar, quien era una señorita mayor que a la muerte de una hermana, adoptó prácticamente a los tres hijos huérfanos, un varón y dos hembras, a quienes crió y educó con el mayor esmero. Yo noté cierta afinidad con mi vecina, pero se interponía la compañera de trabajo, que no se daba por vencida. Mis conversaciones eran largas con la señorita Jefe de la casa y como defensa de mi soltería decía que yo era casado en Río Caribe y que tenía dos hijos. Así iban pasando los días y dejaba que la lucha interna se resolviera por sí misma, sin embargo, no despreciaba el café matutino ni la ración de dulce criollo que me brindaban algunas noches.
24 de agosto de 2010
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