Continuábamos buscando casa, viendo diferentes ofertas, hasta que Jesús Alemán, un paisano y viejo conocido, nos consiguió una ubicada en Monte Piedad, que satisfizo nuestras aspiraciones, pero que tenía el problema de que estaba ocupada y los dueños pedían un plazo de tres meses para desocupar. Aceptamos la condición, pero yo sabía que mi tía lograría la desocupación en menos tiempo. Firmamos el documento de compra, entregamos la mitad del valor y constituimos una hipoteca especial de primer grado, con vencimiento a un año y uno de prórroga por la otra mitad.
Resuelto parcialmente el problema de vivienda y ya definido que debía esperar un año para mi ingreso a la Escuela Naval, decidí continuar en la Pensión Marina, para lo cual pagué dos meses adelantados y me acomodé en mi habitual dormitorio. Tenía que empezar a hacer diligencias para buscar trabajo y todos los días, bien temprano, me compraba el periódico Ultimas Noticias para revisar las ofertas de empleo y a la semana conseguí una colocación en la “Zapatería Curamichate”, en la esquina del mismo nombre, como cortador y costurero de zapatos para niños. Aunque el sueldo era bueno para entonces, el horario era extenuante y la zona era sucia y abandonada
Encontré una mejor oferta en la Zapatería “Pepito”, localizada entre las esquinas de Gradillas a Sociedad que para mí tenía la ventaja de que en la esquina de Sociedad había varias Academias y yo me había inscrito en la Academia de Dibujo Técnico “Mimó Mena” y simultáneamente en la Academia Espada, donde estudiaba Contabilidad y Auditoría.
Con toda la limitación de ingresos, me sentía bien, salvo en un lapso en que acepté una invitación de mi paisano Rafael “Cristeta” Salazar, quien me invitó a que me abriera por mi cuenta, contratando con él los cortes de su zapatería y recibiendo los trabajos que me llegaran y que el producto de ese trabajo era mío. Que por el dormitorio no me preocupara, ya que el local era grande y podía colgar una hamaca. Como quiera que en esos días había tenido un disgusto con mi tía y la familia, me gustó la proposición y me vine.
La zapatería estaba ubicada entre Esmeralda a Brisas de Gamboa en San José y por allí había de todo: abastos, carnicería, panadería, restaurantes, bares, fruterías y por la calle pasaban diversos vendedores que voceaban sus mercancías. Había un panadero que repartía el pan a domicilio, los periódicos y la leche, que venía en frascos de vidrio con un contenido de medio litro y un litro. No sé porqué, esa leche me parecía más sabrosa.
Como las familias no tenían carro, el medio de transporte era el autobús. Por cuya causa el tránsito era fluido. Las diligencias cercanas se hacían a pié y si acaso algo molestaba al caminante era los chaparrones de agua que caían de manera imprevista y copiosa.
El asunto empezó a marchar de maravilla. Diariamente me quedaban mis Bs. 20.oo ó 30.oo y almorzaba en un Restaurant de Portugueses llamado Coimbra, donde se almorzaba bien con 4 o 5.oo bolívares y cuando no tenía plata, comía de fiado, dejándole como garantía, mi titulo de manejar, que era la única propiedad que tenía. Menos mal que siempre pagaba y recuperaba mi documento.
En el local de zapatería trabajábamos en el día y en la noche, cada quien quedaba en libertad para hacer diligencias personales. Yo me iba a la Academia de Dibujo y a la Escuela de Contabilidad del Profesor Espada. Para eso me trasladaba usando el autobús o si había tiempo me iba a pié. El trabajo de zapatería en principio fue remunerativo, pero irregular, debido a que dependía de los encargos que me llegaban y a veces escaseaba. En la Plaza de Candelaria estaba en construcción un Edificio propiedad de la Familia París y permanentemente tenía un aviso solicitando obreros y un día que pasé por allí y estaba escaso de dinero y que ya estaba descontento del trabajo, me acerqué a la Oficina de Administración para recabar información sobre la obra, la remuneración y el horario de trabajo. Me entrevistó un señor que posteriormente fue mi amigo, de nombre Américo Segovia, con quien me puse de acuerdo para el ingreso el día siguiente. Me fue muy bien en esa actividad, ya que debía ayudar al Sr, Segovia en la elaboración de nómina y reportes al Gobierno sobre la aplicación de la nueva Ley del Seguro Social Obligatorio. Como a los dos meses vi un aviso en el Diario “Ultimas Noticias” donde solicitaban un costurero en la Fábrica de Carteras Princesa. Asistí al aviso y me dieron el empleo, con sueldo de Bs. 11.oo diarios, lo cual me permitió mudarme de nuevo a la Pensión Marina, donde gozaba del aprecio de los dueños y los empleados. Me volvió la confianza, la fábrica quedaba cerca, tenía asegurada la alimentación, el trabajo era fácil, me vinculé rápidamente con el personal, que llegaba a 60 personas, comencé a asistir a reuniones y fiestas particulares que con frecuencia organizaban las muchachas que cumplían años o tenían cualquier motivo para celebrar.
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