Una vez cumplidas las formalidades de identificación y verificación en el listado correspondiente y ya sin la presencia de los familiares y amigos, se envió a los aspirantes a su ubicación provisional en los dormitorios del primer piso y la asignación de los lockers para que cada quien guardara sus enseres y en un lapso de media hora bajaran al patio de ejercicios, vestidos con camiseta blanca, zapatos de goma y short también blanco, que trajimos en nuestro equipo obligatorio de ingreso.
Todos cumplimos la orden y nos presentamos en el patio de ejercicio, donde nos colocamos en formación según el orden de tamaño. De una vez nos dieron la orden militar de “a discreción”, “atención firme” y finalmente “a discreción” . Luego de que un Tte. de Fragata presentó informe al Director de la Escuela, Capitán de Corbeta Pablo Bonilla Chacón, este asumió el mando, ordenó al batallón las mismos movimientos de “atención firme” y luego “a discreción” para acercarse al micrófono y saludarnos con un “Buenas Tardes” y seguidamente darnos la Bienvenida y a continuación felicitarnos por haber escogido la carrera naval, la cual es muy noble y atrayente, pero llena de sacrificios, trabajos y sinsabores que se deben superar. Terminó repitiendo el saludo de Bienvenida y nos informó que seguidamente comenzaría el proceso final de ingreso, el cual era el examen médico exhaustivo que practicarían los médicos navales que ya estaban ubicados en un salón destinado para ello.
Estaban dos médicos del Centro de Adiestramiento Naval, que con el grado de Tte. de Fragata asimilado, ayudarían al médico titular Dr. Héctor Valdivieso Montaño, que con el grado de Tte. de Navío asimilado, dirigía el Servicio Médico de la Academia. Empezaron a llamar en el orden signado en la lista, le revisaban ojos, oídos, gargantas y pies y a medida que terminaban los ayudantes, pasaban a los aspirantes al examen final del Dr. Valdivieso, quien daba la aprobación definitiva y los remitía a la Administración para que le entregaran los uniformes y equipos correspondientes.
Uno de los médicos ayudantes me auscultó y al mandarme a abrir la boca me dijo inmediatamente que no podía ingresar, porque presentaba 3 caries, una grande y dos pequeñas, dando un plazo perentorio para su arreglo y someterme a nuevo examen. Este contratiempo inesperado y debido a lo corto de plata en que me encontraba, me produjo gran preocupación y no sabía como hacer. Dejé la decisión para el otro día y en la noche recordé que todavía tenia vigente la afiliación al Seguro Social Obligatorio y que en La Pastora existía un Centro que aparte de servicios de laboratorio y de especialidades médicas, tenía el servicio de odontología.y previo el permiso del Oficial de Guardia, me dirigí bien temprano al citado Centro en Caracas. Con mis documentos me presenté ante le recepcionista, una señora gorda y fea, a quien le conté mi situación y le pedí me diera una cita inmediata para el odontólogo. Fuera de sí me contestó que eso era imposible, ya que el cupo estaba comprometido y solo podía darme cita para la semana siguiente, lo cual a mí no me servía. Al rato, el portero que oyó mi alegato y el nerviosismo en que estaba, me llamó aparte y me dijo que él me acompañaría hasta el Estacionamiento para esperar al Odontólogo de guardia, quien estaba al llegar y por su calidad profesional y humana, oiría mi petición y me ayudaría. Efectivamente, a los pocos minutos llegó el odontólogo y de inmediato lo abordé y le conté mi penuria y la actitud de la recepcionista. El leyó mis documentos y repentinamente me tomó del brazo y subió la escalera conmigo y me llevó directamente al Consultorio, donde me revisó e identificó las caries. Empezó a trabajar con el taladro para limpiar las áreas y luego me colocó las amalgamas correspondientes en un lapso que no duró media hora.
Le dí las gracias al Odontólogo y al Portero, expresándole que nunca tendría como pagarles su ayuda y en seguida busqué el autobús para regresar a Maiquetía. A la 1.20 PM me le presenté al médico con las caries resueltas y entonces este me mandó a la consulta final con el Dr. Valdivieso, que era quien firmaba el ingreso. Este médico, paisano de Río Caribe, de mala gana ordenó que me desnudara para hacerme un examen minucioso y como estaba bien de todo, vio al fin una cicatriz de una llaga vieja que tuve cuando muchacho en Río Caribe. Inmediatamente me dijo que con esa cicatriz no podía ingresar porque estaba en un sitio muy peligroso para volverse a abrir y no le valió que le dije que esa herida fue hace doce años y nunca se había vuelto a abrir. Renuentemente negó el ingreso, por lo que tuve que acudir al Alférez de Navío Alvaro Del Castillo, a quien había adoptado como paño de lágrimas y le conté mi problema. No valió la intervención del Alférez y el galeno se mantuvo en sus treces. El caso fue llevado a la Dirección y el Capitán Bonilla Chacón le propuso a Valdivieso remitieran al aspirante al Hospital Militar y Naval para que allí emitieran su opinión al respecto. Valdivieso estaba seguro que ningún médico iba a aprobar el ingreso, con los alegatos que señaló en el informe.
El otro día hice el mismo recorrido que en el día anterior, pero ahora al Hospital Militar y Naval de la Esquina de Plaza en La Pastora. Llegué allí como a las 10 AM y busqué a mi compadre, el enfermero Contreras y le dije lo que pasaba. Me invitó a que subiera con mi informe donde el Dr. Baldó, el Director del Centro, quien amablemente y por insinuación de mi compadre, revisó personalmente la cicatriz, comprobó que no comportaba peligro y emitió su informe aprobatorio.
Con mi informe en la mano, di las gracias a mi compadre Contreras y al Dr. Baldó por su atención y de nuevo regresé a Maiquetía por la vía más rápida, llegando a la Escuela a las 11.30 AM. Esperé un rato para entregar el informe al Dr. Valdivieso, quien a regañadientes ordenó por fin mi ingreso definitivo.
Con infinita alegría recibí las felicitaciones de los compañeros y me dirigí a la Administración a recibir mis uniformes y equipos que guardé en mi locket y me informé con los demás aspirantes sobre lo que se había hecho en mi ausencia. Ya equiparado con los demás, entré de lleno en mis asuntos y comencé por marcar con tinta negra que me fue entregada, todos los uniformes y equipos con el número 260 que me tocó y prepararme para “el bautizo “ que se efectuaría. el día siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario