En los pocos días de nuestra permanencia en la Escuela, habíamos hecho amistad con un número considerable de aspirantes. El día viernes nos informaron sobre la organización que se le había hecho al Cuerpo de Aspirantes. En efecto, como éramos 150 aspirantes, decidieron dividirlos en seis grupos de 25 estudiantes cada uno, identificando cada grupo con las primeras letras del abecedario y como jefes de cada uno de ellos, a los seis primeros en el Orden de Mérito que se publicó en la prensa nacional. Yo estaba en esa Lista con el Nª 13, pero como algunos de los que tenía adelante no se presentaron, yo pasé a ocupar el Nª 6 y por lo tanto fui distinguido como Comandante de Curso del Grupo F y de inmediato pasamos a asumir los respectivos cargos.
El grupo de muchachos tenía diferente actitud y estado de ánimo, unos estaban alegres, otros resignados, algunos preparados para irse y la mayoría optimistas y dispuestos para superar las circunstancias adversas. Yo estaba entre estos últimos y cada día me vinculaba con los compañeros, los aconsejaba y les daba ánimos. Un alto porcentaje de los ingresados eran de Caracas, otros de Valencia, el Llano y los Andes. De Río Caribe estaba Ricardo Hernández Hernández , Yoel Farías Barazarte y yo. Todos estábamos residenciados en Caracas.. También estaban en la Escuela, ya con grados superiores, los hermanos Jesús y Juan José Molina Villegas y entre los civiles, el barbero Ramón Morao. De Carúpano solo estaba un representante, Fortunato Levy Bittán. La mayoría estaba optimista y con ganas de comerse el mundo.
Los apellidos eran una muestra de la dispersión del País. Habían: Bolaños, Díaz, Rodríguez, Mier y Terán, Sánchez, Croes, Castillo, Alvarez, Lira, Armas, Gamarra, Zambrano, Chalbaud, Rizzo, Rojas, Guada, Sarmiento, Cadenas, Pérez, Guerra, Arraiz, Guevara, Durán, Fernández, Pulgar, Parejo, Márquez, Mottola y en general, un mosaico de nombres con los cuales hice amistad y algunas se prolongaron en el tiempo, salvo los que han muerto en el camino.
Como los aspirantes no teníamos acceso al Casino, nos reuníamos a conversar en las escaleras del dormitorio, en los pasillos y en la pequeña quincallería que funcionaba al final de un pasillo. Yo hablaba con todos y percibía la ascendencia que ejercía sobre ellos. Notaba la ansiedad y el nerviosismo que los embargaba a la espera de la primera visita de sus familiares.
Por fin llegó el domingo, día de la Primera Visita para los Aspirantes, quienes desde muy temprano esperaban el asomo de sus seres queridos y no se cansaban de pulir los zapatos, peinarse los escasos pelos que le habían crecido, acomodarse la gorra, enseñar un porte militar y en fin, pavonearse en el patio de la Escuela. A las 10.00 AM. se abrió el portalón principal y entró una tromba de personas, hombres, mujeres y niños, que buscaban su familiar para darle ese beso y abrazo que ambos esperaban ansiosos. Fueron momentos muy emocionantes que ellos vivían, pero mucho más inquietante era la situación nuestra, que no esperábamos a nadie y veíamos aquellos llantos, besos, caricias y amapuches que recibían esos compañeros, los paquetes, dulces, regalitos que le traían gustosos a esos niños, que repentinamente querían irse con ellos. Se confunden los abrazos, todos se pelean el privilegio de abrazarlos y besarlos.
Las mujeres lloran, los varones simulan hacerse los fuertes, pero no pueden evitar que se le humedecen los ojos. Después de esa recepción inicial y que se calmó el ambiente, los grupos se compactan y se dirigen al Casino, donde le han permitido su acceso por el día domingo. Hay música, hay bailes, hay fotografías, los manjares y golosinas deben comerse en sitio porque las autoridades no permiten la retención de ellas en los dormitorios. Hay el intercambio y presentaciones de los familiares entre sí. Llegan otros familiares que por distintas razones no pudieron llegar temprano, causando desazón a los aspirantes, pero tienen que aprovechar el tiempo porque la visita es hasta las 12.00 M.
Terminó la visita, los ánimos se exaltan, pero con menor intensidad, los aspirantes se ufanan, los familiares se van contentos prometiendo la próxima visita y nosotros nos quedamos tristes y resignados a esperar el paso del tiempo y trabajar duro para lograr nuestro éxito futuro.
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