En el desembarco se formó el acostumbrado revuelo para que cada quien identificara sus pertenencias y luego soportar el acoso de los taxistas, que competían entre sí, para lograr pasajeros para transportarlos a Caracas. Finalmente convine con uno de ellos el viaje expreso, pero sin poder evitar la pérdida de algunos paquetes y encomiendas.
Enfrentamos las, para mi, peligrosas e interminables curvas de la carretera, hasta que llegamos a Catia, donde decidimos en que Hotel o Posada me iba a quedar.
En Caripito me habían recomendado mucho a la Pensión Marina, ubicada entre Pedrera y Marcos Parra, que quedaba céntrica, era barata y sus dueños eran muy buenas personas.
Allí arribamos, pero no había habitaciones desocupadas, por lo cual los dueños me ofrecieron alojarme en una sala común con otros pasajeros, hasta que quedara una habitación disponible. Ajustamos el precio a Bs. 10.oo diarios incluyendo la comida.
Quedé conforme por la solución que me fue propuesta, saqué de las maletas, la ropa y los utensilios más indispensables y cansado del ajetreo, cené y me acosté a dormir, para iniciar el otro día las diligencias que me trajeron a Caracas. Eso fue el día 27 de Abril de 1.947
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